domingo, 24 de marzo de 2013

Setenta y seis.


Si tuviese que contarle hoy mi vida a alguien, podría hacerlo de tal manera que me verían como una mujer independiente, valiente y feliz. Nada de eso: me está prohibido mencionar la única palabra que es mucho más importante que los once minutos: AMOR.
Durante toda mi vida he entendido el amor como una especie de esclavitud consentida. Es mentira: la libertad sólo existe cuando él está presente. Aquel que se entrega totalmente, que se siente libre, ama al máximo. Y el que ama al máximo se siente libre. Por eso, a pesar de todo lo que pueda vivir, hacer, descubrir, nada tiene sentido. Espero que este tiempo pase deprisa, para poder volver a la búsqueda de mi mismo, bajo la forma de un hombre que me entienda, que no me haga sufrir. Pero... ¿qué tontería estoy diciendo? En el amor, nadie puede machacar a nadie; cada uno de nosotros es responsable de lo que siente, y no podemos culpar al otro por eso.
Me sentí herida cuando perdí a los hombres de los que me enamoré. Hoy, estoy convencida de que nadie pierde a nadie, porque nadie posee a nadie. Esa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo, sin poseerlo. Once minutos.

La chica de los gatos.

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