viernes, 15 de marzo de 2013

Sesenta.


El amor nos destroza. Yo lo sé y tú lo sabes. Pero cuando se pierde el amor, puedes encontrarte realmente perdido. Y no lo digo porque yo lo haya perdido, lo cual puede ser un hecho innegable, sino porque el amor, como dicen los libros, es lo que tiene... Un día te enamoras y al otro tienes las pupilas más grises que la autosuficiencia fallida en domingo. No quiero decir nada importante, ni pretendo que lo que escribo sea bonito. No pretendo cambiar el mundo, aunque me encantaría. Sólo escribo en lo que me acuesto pensando la noche anterior. No sé ni cómo escribirlo porque admito que mis textos son todos parecidos pero, ¿acaso tu vida es diferente cada día? No lo creo. Y no creo que existan muchas formas de escribir sobre amor. O sobre sexo. O si estamos en Mayo y se pone a llover. O si la protesta por este mundo asqueado crece por momentos en el centro de la ciudad. Puede haber muchas formas de entenderlo, pero sólo una de escribirlo.
Puedo decir que hay noches, que en mi cama, hace más calor que en cualquier rincón de Mercurio. Confieso que debería poner un pie en la tierra de vez en cuando, pero también admito que lo estoy intentando. A veces creo que la gente no cree en mí. Sé que me cuesta un poco más, porque aunque no sepa mucho sobre la historia del mundo, sé un poco sobre la vida. Sé que, después de que te destroce el amor, pasados casi cien domingos de autosuficiencia, vienen las ganas y llaman a la puerta.
Entonces piensas que, o es el día que tiene una nube de más o es que te apetece tener un poquito de amor. Y teorizas un poco tu vida, intentas aprender un poco de cada error. Le pones empeño aunque nadie se de cuenta. Y eso es lo que te falta.
Alguien que te acompañe en cada paso y te ayude en cada intento. Alguien que esté al corriente de tu esfuerzo y te recompense con un beso. O con mil. Ya sabes, como lo hacías tú.

La chica de los gatos.

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