miércoles, 6 de marzo de 2013

Cincuenta y tres.


Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos. Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve jóvenes cuando pasa.
Por eso escribía antes. Para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos. Para poder seguir adelante cuando me contase a mí misma la historia. De repente estaba menos niña. Y me brillaban los ojos. Quería escucharle. Quería ver cómo pensaba. Porque ya me había quemado una vez, pero no me importaba repetir la dosis.
Es necesario correr riesgos. Solo entendemos del todo el milagro de la vida cuando dejamos que suceda lo inesperado. Todos los días podemos cambiar todo aquello que nos hace infelices.
Tratamos de engañarnos pensando que hoy es igual que ayer y será igual que mañana. Puede ser el momento en que metemos la llave en la puerta al volver a casa. Quien no esté dispuesto a correr riesgos puede que no se decepcione nunca, ni tenga desilusiones, ni sufra como los que persiguen un sueño. Pero cuando mire atrás (cosa que siempre hacemos) oirá que el corazón le grita que ha desperdiciado su vida. Los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado. Podrían haberle explicado en ese momento que necesitaba salir corriendo. Podría. Pero en una fracción de segundo cambié de opinión. No sabía nada de su vida, pero sonrío. Respiré hondo, a fondo. Todo el aire que me cabía en los pulmones. Inspiré, me inspiró, podía leerle los ojos. Nadie logra mentir, nadie logra ocultar nada cuando mira directo a los ojos. De repente, la vida me había dado la vida...

La chica de los gatos.

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