lunes, 30 de diciembre de 2013

Trescientos sesenta y cuatro.


Ahora que puedo despedirme como quisiera hacerlo entonces, ahora que puedo ser objetiva con este "hasta luego", ahora que aún no me has hecho daño... Ahora que aún no te he roto el corazón, ahora que no se si tendré que despedirme algún día... Así que te pido perdón ahora, te pido perdón por todos los viajes que no hemos hecho, por todos los lugares a los que no habré ido contigo por falta de tiempo, perdón por haberte dado demasiados abrazos, perdón por haberme sentido una procesa a tu lado, por haberte comido a besos y a mordiscos... Perdón por no saberte cantar canciones, por levantarme despeinada, por ser lo primero que deseo llevarme a la boca cuando despierto...
Te pido perdón por sentir celos por todo, porque te abrazaré demasiado fuerte y con demasiadas ganas, porque te cogeré de la mano y no querré soltarte. Te pido perdón porque querré hacerte el amor en todas partes, perdón porque tal vez te llamaré demasiadas veces por teléfono o demasiados mensajes, y porque seguramente seguiré sin soportar a tus ex. Perdón porque te diré cosas que no siento cuando me enfade y tontearé con otro chico para sentirme deseada por ti y para ponerte celoso, perdón por querer quitarte los enfados con abrazos y besos, por no saber enfadarme, por no saber decirte que no.
Perdón porque poco a poco me habré ido conociendo tu cuerpo, cada día seré un poco menos turista y a la vez cada día descubriré un lugar nuevo donde aún no habré estado. Perdón porque te daré demasiadas lunas gratuitas, porque no querré dejar de sorprenderte, perdón porque no te haré caso cuando me digas algo. Te pido perdón así, de este modo, porque no te contaré todo, pero te diré sin miedo todo lo que querré algún día. Te pido perdón porque algún día te miraré a los ojos y te diré: 'Sí, me he enamorado'. Te pido perdón por si llega el día en el que te quiera demasiado...
Y vengo a despedirme ahora que no quiero irme, ahora que tengo miedo, ahora que aun tiemblo si me tocas y siento ese cosquilleo en el estómago cada vez que me besas. Así que, te regalo una despedida sin marcharme, porque tal vez mañana te dejaré una hoja en blanco y no sabré que decirte, siempre se me dieron mal las despedidas... Te diré adiós así, besándote, acariciándote, mimándote hasta desgastarte, porque si has de morir, si he de morir de amor, quiero hacerlo en tus brazos y que seas tú el que me dé siempre el último beso. Y si lo vivo así, como lo estoy viviendo ahora, podré abrir el álbum de fotos de mi memoria y pensar que valió la pena conocerte, aunque por entonces no sepa decirte adiós. Y si esa despedida no llega nunca, volveré a leer esta carta, para acordarme y recordarte porque te quedas y porque no me marcho.

La chica de los gatos.

Trescientos sesenta y tres.


Hoy me apetecen tus curvas, tu culo y lo que no es tu culo, y conducir caricias por los kilómetros de tu piel. Tirarme de cabeza en el marrón de tus ojos, nadar en él. Ahogarme, ahogarme hasta adentrarme en tu interior para saber lo que piensas. Hoy me apetece llamarte 'cariño' y pasar mis dedos por tu espalda como si fuera braille. Comerme todas tus sonrisas, vestirme desnuda. Hoy me apetece dormir contigo, y que me despiertes mañana. Soñarte en mis pesadillas. Que me rescates desde el otro lado de la cama. Hoy me apetece besarte y que me comas a besos. Bucearte entre las sábanas, decirte que te he echado de menos. Hoy me gustaría matarte a abrazos, de esos en los que la ropa más que nada, estorba.

La chica de los gatos.

Trescientos sesenta y dos.


Y si, reconozco que en algunos momentos yo también lloro. Cuando nadie mira, cuando estoy muy sola, cuando sé con toda certeza que no habrá testigos. Poco a poco los ojos me escuecen, los recuerdos inundan mi cabeza y las lágrimas escapan de mis ojos alegres de ser, por fin, libres. Lloro con angustia, con ansiedad, con rabia... Hasta el puto punto de no poder para, sintiendo que en cualquier momento puedo llegar a ahogarme en mi propia tristeza. Sí, lloro. Pero no, eso no significa que sea débil, significa que llevo demasiado tiempo siendo fuerte.

La chica de los gatos.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Trescientos sesenta y uno.


-Cuando maduras, enamorarte se convierte más bien en encontrar a alguien cuyos puntos fuertes compensen los tuyos débiles, con quien puedes pasar las tardes de domingo o con quien no te importa tumbarte cada noche aunque sea solo porque es infinitamente más soportable que estar solo.
-No. No es así.
-¿Cómo lo sabes?
-Yo he estado enamorado.
-¿Ah si? ¿Y qué se siente?
-Algunos dicen que el suelo desaparece debajo de ti, pero para mi fue como si de repente supiera que el suelo estaba ahí, como si pudiera sentir todo el planeta bajo las suelas de mis zapatos. Sientes como si todo el caos, las cosas raras del mundo tuvieran el mayor de los sentidos porque tu estás en el...

La chica de los gatos.

Trescientos sesenta.


Puedes hacerte un rincón en el mundo, o un rincón en mi vida. A lo mejor mi vida algún día se convierte en tu mundo, y ganarías mil sacudidas con un cigarro a medias después. Fuiste ganándome poco a poco, fuiste perdiéndome también. Aprendí que esa barba de dos días era todavía mejor con ese sonreír tan tuyo. Aprendí que puedes recorrerte Madrid en taxi y acabar fuera del perímetro de tu mundo, pero dentro del perímetro de su boca. Que daría segundas oportunidades y ellas las darían conmigo. Que junio traería alguna locura justificada y un adiós a las cien habitaciones que tanto callaron ese año...
Aparecieron cuarenta metros cuadrados y apareciste tú. Desapareció el que un día estuvo y apareció el que un día fue. Alguno más fácil de olvidar, alguno menos difícil de querer. Pero no me ganes poco a poco, si luego nos vamos a echar a perder.

La chica de los gatos.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y nueve.


Le dejó porque, aunque su aroma le quitaba el sueño, aunque sus noches eran mágicas, aunque se prometieron amor eterno, no supo ser sólo suya. Porque cualquiera, y siempre peor que él, era capaz de bajarle los pantalones. Y asustada, lloraba desconsolada porque creía que era incapaz de amar a nadie. Porque ella se creía enamorada, pero no comprendía entonces por qué cuando un hombre lo miraba, él olvidaba los besos de su amor, y se dejaba llevar por otras manos, y bailaba sintiéndose deseada, insultantemente atractiva, desafiante, y camaleónica. Pero al despertar ella siente la llamada de su amor, siente a su corazón en vilo por verle, por abrazarle, por hacerle el amor. Y lo mira y se da cuenta que no puede dejarla, porque lo ama con locura. Y no entiende por qué, si tanto lo ama, si el corazón le palpita acelerado si se imagina la vida sin él, no entiende entonces por qué no se niega a acostarse con otros que deambulan la noche esperando a mujeres dispuestas, como ella, a dejarse amar sin desayuno
Y es que ella no lo sabe, pero no lo ama. No lo ama porque cuando amas a alguien no entregas tu amor a otro porque tu cuerpo no lo concibe. Porque cuando estás rebozándote en la sábana con alguien, le estás amando, aunque sea tan sólo en ese momento. Pero ella sentía un vacío terrible sin él. Y gritaba al mundo que lo amaba, antes y después de acostarse con cualquiera, ella proclamaba su amor eterno para él. Pero yo sé que no lo amaba. Porque cuando amas a alguien el tiempo se escurre cuando estás con esa persona, la noche es larga y fría si no te abraza y tu cuerpo, víctima de la embriaguez del amor, rechaza todo cuánto no son sus manos.
Ella amaba el calor de su cuerpo en el colchón. No sus besos en la madrugada. Ella amaba el café con leche que cada mañana le preparaba, las cenas con velas, las cartas de amor, las navidades compartidas y un futuro resuelto cargado de amor.
Ella odia ahora el vacío en su cama, los domingos por la tarde, los atardeceres solitarios. Y sigue buscando a alguien que se parezca a él, pero que haga suyo su cuerpo, que su recuerdo perdure en la noche en la que él está ausente. Porque si amas a alguien tus ojos, tu piel, tus sueños le pertenecen, sin que puedas evitarlo, sin remedio, sin cura.
Si amas a alguien no hay excusas, ni noches, ni copas de más. No hay tentación suficiente.

La chica de los gatos.

Trescientos cincuenta y ocho.


Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales. Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una de estas autopsias. Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querida una mejilla, o una ceja, o una oreja, o los labios. Una autopsia en toda ella de nuestro sexo, pero con nosotros vivos, aunque inmóviles. Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra lengua había conocido muchos congéneres. Además, podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soportó grandes lluvias o sequías. Quizá a los diecisiete, a los treinta o a los cuarenta y siete. Quizá siempre en primavera o casi siempre cerca del mar. ¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, nuestro placer solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que estábamos vivos, que podríamos mejorar y lograr que nos acariciasen, que deseáramos, que amáramos y nos amasen. Nunca me he hecho una autopsia de este tipo. Me da miedo el resultado. 

La chica de los gatos.

martes, 24 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y siete.


Mi abuela tenía una teoría muy interesante; decía que todos nacemos con una caja de cerillas dentro, pero que no podemos encenderlas solos. Necesitaremos la ayuda del oxígeno y una vela.
En este caso el oxígeno, por ejemplo, vendría del aliento de la persona que amamos; la vela podría ser cualquier tipo de comida, música, caricia, palabra o sonido que engendre la explosión que encenderá uno de los fósforos. Por un momento, nos deslumbra una emoción intensa. Una tibieza placentera crece dentro de nosotros, desvaneciéndose a medida que pasa el tiempo, hasta que llega una nueva explosión a revivirla.
Cada persona tiene que descubrir qué disparará esas explosiones para poder vivir, puesto que la combustión que ocurre cuando uno de los fósforos se enciende es lo que nutre el alma. Ese fuego, en resumen, es su alimento. Si uno no averigua a tiempo qué cosa inicia esas explosiones, la caja de fósforos se humedece y ni uno solo de los fósforos se encenderá nunca.

La chica de los gatos.

Trescientos cincuenta y seis.


Por pedir, pido veinticuatro horas a tu lado en las que nos dé tiempo a todo menos a perder el tiempo. Por pedir, pido que me baste ese día para convencerte de querer estar conmigo por el resto de tus días.
Por pedir, pido y preciso que exista un preciso momento, en el que se te escape un beso cuando menos te lo esperes, y cuanto más lo lleve esperando yo. Por pedir, te pido en una tarde lluviosa, dentro de una casa sin gente, sobre un sofá sin cojines para que sólo puedas abrazarme a mi, en frente de mi película favorita, bueno, si quieres, en frente de tu película favorita...
Me pido entonces tus dedos acariciando mi brazo, y mis cosquillas jugando al escondite con ellos. Por pedir, pido dar un paseo al mismo paso, frenarnos en seco de repente, y mojarnos los labios sin que nos vea la gente. 
Pido, mientras caminamos por cualquier calle, llevarte y traerte al contarte cualquier estupidez, agarrando con mi mano tu brazo, y tu risa fuese la mejor de mis melodías, y después, en un intento por no dejarme ir, me hagas perder todo menos la sonrisa.

La chica de los gatos.

Trescientos cincuenta y cinco.


Me apetece escribirte algo. Ya sabes, alguna tontería de esas que te hagan sonreír cuando la leas. Alguna frase bonita, que refleje un poco lo que siento, un fragmento de película, algunas frases perdidas de una canción que escuché en cierto momento y me hayan venido a la memoria. Pero no encuentro nada que sea capaz de acercarse a lo que siento. Podría decirte cualquier cosa, ¿sabes? Y no quedaría mal. Podría decir te quiero, te amo, no quiero que me dejes nunca, y cosas así. Pero quizás no sería cierto. ¿Nunca? No puedo decirte cosas así. ¿Qué se yo lo que pasará dentro de uno, dos, cinco, treinta años? No puedo decirte nunca. Yo... yo soy una veleta, un manojo de nervios, no tengo pedal de freno o no funciona. Yo cambio, me muevo, digievoluciono. No sé lo que va a pasar mañana. Sé que te quiero, ahora, en este instante, y en el de más allá probablemente también, pero dentro de muchos instantes quizás no. Pero ahora... ahora daría la mitad de los años que me quedan por verte sonreír...

La chica de los gatos.

Trescientos cincuenta y cuatro.


Es horrible temer el sitio que una vez amaste. Ver una esquina que antes conocías perfectamente y tener miedo de su sombra, no atreverte a subir unos escalones familiares. Nunca he sabido lo que es vivir con miedo, tener miedo de volver a casa sola, miedo de encontrar polvo blanco en el buzón, a la oscuridad y a la noche, tener miedo a la gente. Siempre he creído que el miedo era cosa de los demás, de la gente débil, nunca lo había sentido. Hasta que ocurrió, y cuando te alcanza sabes que siempre ha estado ahí, al acecho, bajo la superficie de todo cuanto amabas y se te eriza el bello, se te encoge el corazón y ves caminar a la persona que una vez fuiste y te preguntas si volverás a ser esa persona.

La chica de los gatos.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y tres.


Pagamos y nos vamos. Llegamos a mi casa, que recorremos a tientas, entre besos. Sabes que necesito amor, cada gesto mío lo grita. Pero no hay nada que tú puedas hacer por mi. Tú mismo sólo eres un hombre, un montón de miedos y de vergüenzas que te ponen a la vez encima de mi y a un millón de kilómetros, que te impiden entregarme lo que necesito, lo que con toda probabilidad tú mismo necesitas.

La chica de los gatos.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y dos.


¿Y si dejas de susurrar?¿De exigir, de escudriñar, de manosearlo todo? ¡Qué cansada! Y qué aburrida. ¿Y si aparcas las intenciones, las malditas metáforas, las conclusiones, la arrogancia y la ironía?¿Y si creces de una vez? Sentada en la cocina, no precisamente el cuarto más caliente de la casa, me dispongo a querer de veras, aunque para ello tenga que poner el corazón de una vez por todas en su sitio. Te veo claramente, apenas desfigurado, que decía Éludard. No más trucos, el tiempo de jugar a bandoleros ha pasado. Me veo obligada a hablar por más que no diga nada importante, ni interesante siquiera... Qué remedio. No estaré sola si puedo evitarlo, y puedo evitarlo si quiero evitarlo. No voy a callarme precisamente ahora. Sólo los niños se aprovechan del silencio para darse lustre, para hacerse notar, para esgrimir sus precarias razones. Los hombres hablan aun a su pesar y se condenan a vivir con lo dicho, con lo hecho, no hay otra manera de vivir.
Sentada en la cocina, me dispongo a renunciar a la grotesca impostura de querer en sueños, a la francesa. Una disposición muy noble, sí señor, una que ya demoraba su presencia. La espalda recta, el ánimo bien despierto, resuelto. Se enciende y se apaga la caldera, obligada por su eficiente termostato, calentando el salón, el estudio, el dormitorio, pero no hay radiadores en la cocina. El frío ayuda, espabila, obliga al corazón a dejarse de tonterías. El frío es la mar de saludable en asuntos de amor. Hay que tomarse estas cosas con ridícula seriedad o no mencionarlas en absoluto... Si hay que hacer más café, se hace, cualquier cosa con tal de evitar que nos venza el cansancio. No desfallecer es lo esencial, llegado a este punto.
Bien mirado, no es de extrañar el desastre que me precede, nunca antes demostré tal entereza; me conformaba, supongo, con el rumor infantil de las ensoñaciones, con la temperatura amable y engañosa de las habitaciones más calientes de la casa.
No era capaz entonces de soportar el frío, me quejaba, como los niños que protestan por cualquier cosa y lo desean todo sin desear nada y se aburren a cada rato de sus regalos nuevos. Pero ese tiempo ya ha pasado, este tiempo es otro. Ni san valentines, ni puñetas. Ni cartas de amor, ni zarandajas. Ni licores, ni flores. Un café más y a lo que íbamos.
Sentada en la cocina ya no imagino nada y me remito a los hechos. Hay datos exactos, pruebas, decisiones tomadas. No me tiemblan las manos a la hora de dar puñetazos en la mesa, el ruido de los nudillos contra la madera se extiende por el pasillo, es muy posible que lo escuches. No lo hago por distraerte, sino para darme la razón, para decirme que sí, que es cierto. No estoy ya para andar como los gatos, en silencio y como quien no quiere la cosa... Puedo hablar en voz alta y lo hago. Si de amar se trata, amemos, pero no como los niños, o los poetas. Sin gemidos ni reproches, sin desmayos, sin señuelos. Que no se diga que el tiempo nos pasa por encima para nada. La paciencia humana tiene sus límites y la mía ya está agotada. No mentiré de nuevo, las herramientas a cierta edad deben sustituir a los juguetes, también ha cambiado el tamaño de nuestros dedos. Dejemos que la edad haga su trabajo
Ya no es posible pretender amar solo en febrero, ni al tuntún de la luna y las mareas. Si se apagan las velas, que se apaguen; si se mueren las rosas, que se mueran; si se pierde un guante, bien perdido está. Nada se parece a ti, y por tanto me parece conveniente no compararte con nada... Más que harta estaba ya de la traición gélida de los espejos. De la trampa y el cartón de los misterios y la coquetería boba de las leyendas, los laberintos, los crucigramas... Sentada en la cocina y apoyada la espalda contra el frío real, me dispongo por fin a quererte, pero no como los niños, no con ese amor caprichosamente desesperado, no entre los tesoros que en realidad no tengo, sino en serio. Con las palmas de las manos hacia arriba y los ojos bien abiertos...

La chica de los gatos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y uno.


-Prométeme una cosa.
-Te lo prometo.
-Aún no he dicho qué.
-Lo prometo. Sea lo que sea. Si me lo pides tú.
-Prométeme que nunca olvidarás este momento. Este hoy. Ahora.
-No lo olvidaré. Te lo prometo. No podría. Aunque quisiera.

La chica de los gatos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta.


Hay una razón por la que dije que sería feliz sola. No fue porque creyera que sería feliz sola, sino porque creía que si amaba a alguien y salía mal, no lo superaría... Es más fácil estar solo porque, ¿y si te das cuenta de que necesitas amor y no lo tienes?¿Y si te gusta y dependes de él?¿Y si construyes tu vida en torno a él, y luego todo se desmorona...?¿Se puede sobrevivir a ese dolor? Perder el amor es como sufrir daños en un órgano, es como morir. La única diferencia es que la muerte acaba, esto... puede continuar para siempre...
Pienso en todos esos hombres perdidos, en los cambios de rumbo. La sonrisa perfecta de Rafa. Los ojos de Aitor. La espalda de Ulises. De no haber roto con Rafa jamás hubiera conocido a Aitor. Ni a Ulises. Ni siquiera a la mujer que ahora soy. Mis manías. Los pijamas de Aitor. Los brazos de Ulises. Las ganas de Rafa. Pero Ulises es la suma de Aitor y Rafa. A partir del segundo amor todo son vicios, comparativas, mezclas. Mi idea es el rostro de Rafa, con los ojos de Aitor, con el culo de Ulises, con la inocencia de Rafa, con los orgasmos de Aitor, con el sentido del humor de Ulises.
Yo me amoldé a ellos y ellos, supongo, también a mí. Fui yo misma con los tres, pero una distinta yo con cada uno. El amor es soluble, polimórfico. Nadie teme perder su propia personalidad: la compartes, la regalas. Te disfrazas de esponja. Sin embargo, hay algo en mi interior que no varía: tarde o temprano acabo quemando ese amor con la chispa del siguiente. No puedo evitar querer otras vidas, nuevos Martines, Hugos o Ivanes. No puedo evitar creer que aún no me conozco porque aún me quedan hombres por conocer.
Ahora no tengo a Rafa, ni a Aitor, ni a Ulises. Los tres comparten sus nuevas vidas con nuevos amores únicos, todos lo son. Y los tres serán tan felices como lo fui yo con ellos, con los tres. Una felicidad distinta, no hay dos iguales
Yo ahora soy taxista. Me dedico a cambiar de rumbo según me indiquen, o yo dedica, igual que hice con ellos y ellos conmigo. Y no me arrepiento de ninguno. Tampoco de las calles que transito.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta y nueve.


Nunca te pregunté. De nada me iba a servir saber si quererte duele, si yo te iba a querer de todas maneras. Daba lo mismo si día tras día mi corazón se iba a intoxicar un poco más, acercándose sin remedio al momento en que dejase de latir para siempre. Esa fue mi decisión, quererte y morir. Pero te aseguro que nunca me he arrepentido, ni siquiera cuando cada bocanada de aire me congelaba la garganta, ni siquiera cuando comencé a notar que los ojos se me apagaban y los colores se me escapaban del pecho.
Cuando fuimos conscientes del palidecer de nuestras caras, tiritando nos abrazamos. Y allí, en nuestro funeral, entre las flores te lo susurré: a pesar de la muerte, de la vida o la suerte... Entonces el corazón que sostenía en mis manos se partió en millones de colores, y comenzó a nevar sobre nuestros cuerpos inertes. no sufrí, no tuve miedo, el dolor fue dulce. Y aunque ellos crean que han ganado se equivocan. Nosotros vencimos en este juego de animales.
Ahora la ciudad enferma baila nuestra canción. Aquellos que miraron un día mal nuestro amor están hoy contagiados... e ignorantes, se creen vivos.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta y ocho.


No es un "por favor, vuelve conmigo", ni es un "mi vida no merece la pena sin ti", tampoco significa que se me haya olvidado todo el daño, ni que aunque tú hagas tu vida yo vaya a seguir aquí. No tiene que ver ni con esperar ni con olvidar. No es ni un nunca ni un siempre. Que va, es sólo un te quiero, lo demás ya lo puedes rellenar tú con lo que quieras...

La chica de los gatos.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Trescientos cuarenta y siete.


Él le roba un poco de crema con el dedo y, sin que ella se dé cuenta, le mancha un poco la nariz. Ella se echa a reír. Bromean. Luego le mete a él en la boca un pedazo de tarta. Juegan. Él se acerca a ella.
-Deja que te pruebe... -dice, y empieza a besarla lentamente haciendo como que le muerde.
Al principio ella está un poco tensa, pero luego se relaja. Un beso suave, largo e intenso. Y una caricia. Dos.
Luego se ponen de pie, una camiseta vuela, un vestido que se desliza y cae al suelo, él que la levanta y la lleva al otro lado de la casa. El pasillo, una puerta oscura que se abre, un dormitorio y una lámpara de mesa que se enciende. Y más besos, caricias y pasión.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta y seis.


A veces en la vida creamos vínculos que no se pueden romper, a veces puedes encontrar a esa persona que va a estar a tu lado pase lo que pase, quizás te establezcas con tu pareja y lo celebres gastando mucho dinero en una gran fiesta, pero también existe la posibilidad de que esa persona con la que puedes contar para el resto de tu vida, que tan bien te conoce, a veces incluso mejor que tu misma, sea en realidad la que ha estado siempre a tu lado todo el tiempo...

La chica de los gatos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Trescientos cuarenta y cinco.


Dime que me respiras, que piensas en mi cada vez que un "no" cruza tu mente. Que mi mirada te trasmite paz y que mis palabras son el combustible para creer en un "puede". Por favor, confía en que puede ocurrir. Entiende que en ningún momento firmamos un contrato y es allí donde reside el valor...
Tranquilo, yo también tengo miedo. Sabemos que sin arriesgar nunca se gana, pero tampoco se pierde. Sin embargo, ahora mismo no puedo pensar en qué puedo perder que cuaje más que la ausencia de algo que he podido rozar con mis propias manos.
No se puede intentar ignorar el vicio de algo que sabes que existe. Esto tenía que ocurrir, y ahora es cuando la locura, irónicamente me dice que tengo que hacer las cosas bien, con la mente en frío y lo mejor que pueda.
Allá voy.
Pero necesito tu ayuda, si es que estás en esto conmigo...

La chica de los gatos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Trescientos cuarenta y cuatro.


Llegó a saturarme la idea de haber visto morir al amor tantas veces. Lo bonito del principio, la intensidad casi absurda de cada minuto cuando nada tiene cimientos y cualquiera de los dos podría huir al siguiente momento. Me llenaron o, mejor dicho, me dejé llenar los oídos de "te quieros", cambié de compañía a cada cambio de sábanas, zapatos rojos para besos de sábado, con el único resultado de lágrimas negras... Cuántas veces empecé de cero, cuántos nombres taché de la lista, borrón tras borrón, las pocas iniciales que recuerdo...
Nunca he estado sola, entre historias nunca han pasado las semanas necesarias para reconstruir lo deshecho, y así ha ido todo. Rezaba por sentir aunque fuera angustia, pero sentirme viva. Notar que me hervía la sangre, que no sólo respiraba, que viviría cosas que mereciera la pena escribir como cartas al "yo" futuro. Y escribí. Compulsivamente. Cada detalle, cada palabra barata que me calaba hasta los huesos, cada frase después de un polvo. Podría hacer una colección, escribir un libro, una enciclopedia de cínicos. No puedo culpar a nadie, la primera equivocada soy yo. Yo, que siempre me he guiado por impulsos. Ellos, que llegaron a llamarme fría, ignorantes de que el hielo también quema. Mañanas de persianas bajadas tras noches de fiesta que se eternizaban, que se nos iban de las manos. Coches, camas, bares, terrazas, encimeras, pisos... Y empiezo a creer que no, que no he visto morir al amor tantas veces. Porque quizá no lo vi nacer, me obligué a creer, me forcé a sentir. No siempre. 
Y ahora está él, al mismo nivel de batallas que esta cabeza morena. Él, ojos negros y sonrisa de loco, lector de propaganda, paciente en mi portal, cantante entre luces y humo de colores, músico sin instrumentos, buscador de tesoros, explorador de mis recovecos, actor porno, vividor de lo surrealista, máquina expendedora de carcajadas las 24 horas, bufanda y cinturón si me rodean sus brazos, domador de leona, freno de mis tacones cuando llevo más alcohol que sangre en las venas, campeón de billares, ajedrez, abrazos y provocaciones. Susurrador experto y, por encima de todo, mi vista favorita de la ciudad.

La chica de los gatos.

martes, 10 de diciembre de 2013

Trescientos cuarenta y tres.


A veces, deberíamos pensar tres o cuatro veces. No es mi caso. Sabes que no pienso muy a menudo, aunque luego me preocupan las consecuencias. Pero pienso y decido rápido, porque en la vida, es lo que vale. Es como dejar el amor a medio hacer, o un beso a medias, o una caricia sin dar.
Las cosas que se hacen, se hacen. Si me acuesto a tu lado y me quieres hacer el amor, házmelo. Mañana ya veremos que pasa. Y es que, lo que falla en el ser humano es la dificultad de decisión. O la facilidad de indecisión. Llamadlo como queráis. Pero lo verdaderamente sencillo es, que si te apetece, nos besamos, recordamos como bailábamos noche y día, siempre con la media sonrisa en la boca, estrujando en tus manos el sol, la luna y mis caderas. Ardíamos al borde. Y acabábamos un poco más vacíos de locura y más llenos de satisfacción. Nosotros más pequeños y nuestro amor siempre un poco más grande.
Hoy quiéreme. Pero no te prometo amor eterno. Ya no.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta y dos.


Cuando te sinceres, hazlo bien. Dile que te mueres de ganas por besarle, que te da igual que no lleve vaqueros todos los días. Dile que te jode que solo cumpla uno de tus requisitos y aun así haga que todo tu mundo se tambalee. Mírale a los ojos o a los labios, cuando consigas que te llame idiota y se ría, sabrás que ya tienes algo hecho. Trátale con cariño, pero no con excesivo cariño, y si duermes con él métele mano. Puede que no tengas otra oportunidad y puede que otro día no te deje meterle mano. Sincérate y dile que quieres que te abrace. Dile que es más guapo que cualquiera. Haz que te diga que está hecho para ti, aunque no lo piense de verdad.
Pero hazlo rápido. Hay cosas que solo pasan una vez en la vida y hay tacones que solo duran una noche. Me gusta que me trastoquen los planes. Lo siento, no es mi culpa. La culpa es de los hoyuelos.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta y uno.


Tener una necesidad es útil, nos pone en movimiento para satisfacerla.
Tener un deseo es más potente aún. Cuando deseamos algo con el alma, cada célula de nuestro cuerpo se esfuerza por lograrlo.
Tener un sueño es algo de una fuerza casi sobrenatural. Nos esforzamos durante días, meses, años, para alcanzar ese sueño. Un sueño que nos puede cambiar la vida.
Pero necesidades, deseos y sueños son pequeños al lado de la utopía.
Tener una utopía es algo superior, algo vital. Una necesidad, un deseo, un sueño, pueden cambiar nuestra vida, pero una utopía puede cambiar el mundo. Y para bien o para mal, esa es la utopía de todos.
La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja otros dos. Camino diez pasos y el horizonte corre diez pasos más allá. Pero entonces uno se pregunta, ¿para qué sirve la utopía si siempre se aleja? Para eso sirve, para caminar. Para tener una utopía hay que tener fe, para creer que eso que deseamos es posible
Una utopía, por definición, es algo que no existe, un puerto inalcanzable, pero necesario para viajar. La utopía es una llamada a la ilusión, al inconformismo, a la rebeldía, al compromiso. La utopía es una llamada a la esperanza.
Por eso para cambiar el mundo es tan necesaria.

La chica de los gatos.

Trescientos cuarenta.


Tú me vendrás con historias siderales, con esa extraña sensación del que no entiende la mitad de sus verdades y sufre males de cabeza y corazón.
Me vendrás con preguntas racionales, con la certera convicción de que esta vida no ha querido tus finales, que prefirió cambiar de protagonista y de guión.
Te hablaré y no de las mentiras, no de los desiertos, no de los malos momentos que ya no están para ser nuestros. 
No de amargos tragos, ni tristes canciones y no de malas intenciones que llenan malos corazones.
¿Sabes? El sol no está ahí para cegarnos, ni las tormentas para no poder volar, ni tu futuro es como tú lo estás pintando.
¿Es que no ves que en esta vida hay que soñar?
Y me vendrás con respuestas que no valen más que para perder el tiempo y la ilusión y que hacen que todo cueste más de lo que vale.
Así que ven que el precio te lo digo yo.
Te hablaré y no de malos que complican, que mienten, que no te explican, que no te entienden y que nunca tienen nada que contarte, ni una sonrisa, ni un final con te quiero, ni un te esperaré siempre, ni un seré sincero, ni una sola palabra que no lleve mentira o que te llene la vida así que...
Ven que te hablaré...

La chica de los gatos.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Trescientos treinta y nueve.


Quien no arriesga, no gana. Y en esta vida el riesgo es vivir. Un amor incomprendido o una respuesta equivocada, nos puede sumir en un abismo del cual es muy difícil salir... Un "no" en un altar, un "" en una época dudosa.
No sabemos lo que queremos, y mientras, lo hacemos todo sin pensar. Esperando un sí o un no arriesgamos un futuro. ¿Cuántas veces haremos las cosas sin pensar? Mi respuesta: las veces que sea necesario. El destino nos guía por el camino que ya tenemos trazado. Un "sí" es lo que debemos oír, y un "no" es lo que tenemos que esperar, pero siempre arriesgando, porque vivir es un riesgo.

La chica de los gatos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Trescientos treinta y ocho.


Una chica nunca se olvida del primer chico que le gustó, aunque la cosa no saliera del todo bien, pero siempre hay alguien que te ofrece un poco de ayuda.
Ahí está, ahí es donde empieza nuestro problema: "Ese chico te ha dicho eso porque le gustas". ¿Sabes que significa eso? Que nos convencen, nos programan para creer que si un chico se porta mal, como un capullo, significa que le gustas. ¿Por qué nos decimos estas cosas unas a otras? Puede que sea porque nos da mucho miedo y porque es demasiado duro admitir la evidencia que tenemos delante de nuestras propias narices...
A las chicas nos enseñan muchas cosas desde pequeñas: si un chico te incordia, es que le gustas; y nunca te cortes el flequillo, así algún día conocerás algún hombre maravilloso y tendrás tu propio final feliz. Cada película que vemos, cada historia que nos cuentan, nos pide que creamos en ellas. El giro al final de la historia, la declaración de amor inesperada, la excepción a la regla...
Estamos tan obsesionadas por encontrar nuestro final feliz, que nos olvidamos de leer las señales, las que diferencian a los que nos quieren de los que no, a los que se quedarán de los que se irán.
Y es posible que ese final feliz no incluya al hombre ideal, puede que seas tú recomponiéndote y volviendo a empezar, liberándote para algo mejor que puede haber en tu futuro. Puede que el final feliz sea simplemente pasar página, o puede que el final feliz sea este: saber que a pesar de todas las llamadas no devueltas, de todos los desengaños, las meteduras de pata y las señales malinterpretadas, a pesar de todo el dolor y bochorno, nunca perdiste las esperanzas.

La chica de los gatos.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Trescientos treinta y siete.


Cuando eres pequeña, la noche da miedo porque se esconden monstruos bajo de la cama
Cuando te haces mayor, los monstruos son diferentes; Falta la confianza en uno mismo, soledad, arrepentimiento... y aunque seas mayor y más sabio, te sigue dando miedo la noche.
Dormir. Es lo más fácil de hacer. Simplemente cierras los ojos. Pero para muchos, dormir parece estar fuera de nuestro alcance. Queremos hacerlo, pero no sabemos como conseguirlo.
Pero una vez que nos enfrentamos a nuestros demonios, nos enfrentamos a nuestros miedos y nos entregamos a los demás para ayudar.
La noche no da tanto miedo porque nos damos cuenta de que no estamos completamente solos en la oscuridad.

La chica de los gatos.

martes, 3 de diciembre de 2013

Trescientos treinta y seis.


Yo quiero que me traspases la piel. Y que llegues al ventrículo izquierdo. Pero de momento, te dejo que me quieras con sonrisas, con la yema de los dedos y con tu carita de duende.
Puedes ser mi provocación o mi risa de tardes de café. También puedes ir despacito y hacerle cosquillas al miocardio. No sé. El miocardio es débil a veces. Aunque rebose de amor que me dieron una vez.
Es el principio de un libro, mezclado con el prólogo de otro que ya no sirve.

La chica de los gatos.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Trescientos treinta y cinco.


Llevo todo el puñetero día pensando en lo difícil que es decirle a alguien que le quieres y que precisamente por eso nos quedamos a las puertas de ser felices y que yo no me quiero quedar a las puertas de nada... te quiero.

La chica de los gatos.

Trescientos treinta y cuatro.


-Y mírate joder, reacciona.
-Eso es lo que quiero, reaccionar, pero tú aún estás tan cerca...
-¡Mírame ahora! ¿Crees que siempre estaré aquí?
-No.
-¿Y a qué esperas? Los milagros no existen, yo algún día me iré, volaré lejos de ti, algún día dejaré de quererte.
-No quiero que lo hagas...
-Yo no creo que pueda hacerlo, pero quiero creer que soy capaz de vivir sin ti.

La chica de los gatos.

Trescientos treinta y tres.


-¿Crees que volveremos a encontrarnos?¿Crees que te reconocería?- La pequeña pero gran Gretchen pronunció esas palabras reservando el futuro nudo en la garganta para cuando llegara a casa.
-Es posible.. Tengo que irme.- Mark dejó de darle la espalda, todavía sin poder mirar a Gretchen directamente a los ojos.
-Bien, adiós.- Lo estaba haciendo, sus piernas caminaban sin dueño. Aun con todas sus fuerzas concentradas en aquellos pasos.
Gretchen quiso darse la vuelta y abrazar a su amigo. Siempre había querido a Mark. Él, a pesar de no llegar a comprenderla del todo, solía tranquilizarla con sus palabras. Le gustaban sus bromas y odiarle de vez en cuando. Incluso enfadarse. Probablemente le molestaba sentirse tan bien y tan confusa a la vez. Era su amigo y estaba a punto de perderlo. (...)
Años después Gretchen seguía sentándose con las piernas cruzadas a ver sus fotos. Echar de menos es infinito. Le daba igual que no fuera bueno aferrarse al pasado, le hacía sentir más fuerte. Creía que de ese modo nunca perdería de vista su imagen. Y si se encontraban al fin, reconocería su sonrisa...

La chica de los gatos.

Trescientos treinta y dos.


Porque de repente te encuentras con esa persona, la misma que llevas viendo durante años, pero lo ves diferente, no consigues apartar tu vista de él... Y es que a lo mejor antes tenías los ojos ocupados en otra persona, pero te das cuenta que es él a quien quieres a tu lado, y que por mucho que la vida de vueltas os va a volver a colocar juntos...

La chica de los gatos.