miércoles, 20 de marzo de 2013

Sesenta y dos.


No teníamos dinero para el hotel pero decidimos que esa noche había que vivirla a lo grande, sabiendo que hay noches que nunca vuelven. Nos fuimos al mejor hotel de la Gran Vía de Madrid y encargamos 4 benjamines de champán y fruta. Hicimos el amor como siempre, es decir, como nunca. Él era único. Sus besos tenían algo de alas de pluma. Él era de algodón, era una ducha a pelo sol. Era necesario.
Por la mañana bajamos sin hacer ruido. Esperamos a que en el lobby hubiera mucho tráfico para salir corriendo. Me acuerdo de la policía viniendo a mi casa meses después exigiendo que pagáramos el hotel, mi compañera de piso lo hizo con gusto. Ha pasado el tiempo, concretamente 30 años desde aquella noche en que tú tenías 31 y yo 30, y sigues a mi lado. Aun te veo pasar por la casa flotando de una habitación a la otra, oyendo tu respiración por la noche. Y aunque como dije, hay noches que nunca vuelven, te amo tanto que me parece que nunca llegamos a salir de aquel hotel...

La chica de los gatos.

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