domingo, 24 de marzo de 2013

Setenta y nueve.


El día que nos conocimos no me acordaba de todas las veces que nos habíamos enamorado antes. Fueron dos, y ya sabéis que a la tercera va la vencida.
La primera vez yo tenía sólo catorce años y él acababa de cumplir dieciséis. Volvía de jugar al fútbol con sus amigos en el mismo vagón de metro en el que yo volvía de una tarde de compras con mi madre. Ibais armando bastante alboroto y mi madre os miraba con cara de desaprobación, mientras que yo tenía cierta mirada de curiosidad y una sonrisa traviesa en los labios. Recuerdo que pensé que eras el chico más guapo que había visto nunca. Me bastaron tres paradas para terminar completamente enamorada.
La segunda vez yo tenía diecisiete años y estaba de fiesta con mis amigas del instituto. Tus amigos y tú acababais de conseguir colaros en el sitio de moda, gracias a unos trajes prestados y un poco de labia, y estabais eufóricos.
Mientras bailábamos como locas en el centro de la pista, sé que no podías evitar dejar de mirarme. En una de esas nuestras miradas se encontraron, me sonreíste y yo volví a pensar, eras el chico más guapo que había visto en mi vida. A las dos canciones ya estaba totalmente colada, pero cuando me quise acercar a hablar contigo, ya habías desaparecido.
Y por último, la mañana que nos conocimos, tú estabas sentado en la mesa de la esquina de tu cafetería de siempre, ni siquiera me viste entrar. Me pedí un café en la barra y justo cuando tú te acercaste a despedirte del camarero yo me giré para irme a una mesa, tirándote todo el café encima. Te miré con los ojos abiertos como platos y una expresión de pánico en toda la cara.
-Lo siento mucho, ¡Ay madre mía, pero que torpe soy! - empecé a mascullar.
-No te preocupes - me dijiste y te devolví una sonrisa. Y allí estaba yo, pensando una vez más que eras el chico más guapo que había visto jamás.

La chica de los gatos.

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