viernes, 31 de mayo de 2013

Ciento cincuenta y uno.


La noche se puso de pie para mirarnos: tú y yo agarrados de la mano, como se agarran las etapas de la vida de las que no quieres desprenderte, porque tu futuro se plantea como un lugar sin miel, donde apenas quedan llamadas de rescate.
La noche se puso de nuestra parte: tú yo paseando por Madrid y el frío invitando a que nos buscáramos un portal azul de los besos esperados. La noche jadeaba como una novia enamorada, y nos invitó a conducir sin frenos por las autopistas del deseo, porque la ciudad del destino tenía un nombre conocido, donde no entran las dudas. Un lugar del que no es fácil salir... el amor.

La chica de los gatos.

jueves, 30 de mayo de 2013

Ciento cincuenta.


Dicen que el problema de este mundo es que no vivimos el presente, que siempre nos anticipamos a todo. Eso es lo que nos pasó a él y a mí. La noche en que lo conocí no le dio tiempo a Cupido a disparar porque ya nos habíamos enamorado nada más vernos. Pocos días después nos acostamos por primera vez y a la mañana siguiente, mientras él se duchaba en mi casa, yo ya estaba mandándole un mensaje diciéndole como lo echaba de menos, anticipándome de nuevo a la realidad. Durante el año y medio que compartimos constantemente pensamos cual sería el siguiente paso, de nuevo arañando el futuro y casi al final, una vez que él me pidió "algo de tiempo", no resistí y lo llamé llorando como una niña antes de que él lo hiciera. Esa llamada infantil también anticipó su decisión de dejarme porque no respeté su "algo de tiempo".
Ahora sufro pensando que él pronto volará sobre otra piel y él también se anticipa pensando que no seré capaz de olvidarlo. Pero se equivoca. Me anticipé y ya estoy bien.

La chica de los gatos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y nueve.


Las pieles que toco son solamente un meandro de mi vida, lugar de repostaje, paisaje que se va como si lo viera pasar desde la ventanilla de un tren. Aun está por aparecer la boca que clavada a la mía cambie de sentido las aceras
Él, mi parada definitiva, el poema escrito a dos manos, la dejadez en el cajón, el inexplicable sentido de todo, la cuadratura del círculo, la búsqueda que comencé en Septiembre de 2008, mi vagón de soldados por fin fumando tumbados en la pradera, mi ángel, mi paracaídas, mi próximo verano, mi carita de tonta, la desembocadura de todo.

La chica de los gatos.

martes, 28 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y ocho.


¿Sabes? Hay veces que parece que no supieras nada, que fueras totalmente nuevo en este mundo y necesitaras que te de la mano para cruzar los pasos de cebra. Pero otras veces me miras y parece que me desnudaras entera, que eres capaz de ver todos mis secretos, las cosas que no se ni yo. En el fondo te odio cuando me haces eso, cuando me haces sentir tan terriblemente vulnerable. Y es que tienes un peligro... Puedes conseguir de mi lo que quieras. Pero eso si lo sabes, claro que lo sabes. Y te encanta.

La chica de los gatos.

lunes, 27 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y siete.


Hoy no, tristeza... hoy no. Y me da igual que aporrees tan fuerte la puerta que termines por echarla abajo. Me da igual que apedrees las ventanas de mi casa, y me dan igual tus mil y un mensajes en el contestador. Hoy no es el día, hoy no es nuestro día. Hoy no podemos discutir, ni gritarnos hasta desgarrarnos las gargantas. No pienso sentirme culpable, ni insistirte, ni llenarme las tripas de odio. No quiero darte explicaciones y pelear para que las creas... Hoy elevo mi amor propio a su máximo exponente y te hago invisible. ¿No te das cuenta?, soy una súper heroína... valiente e inmune, capaz de matar tus monstruos o de agitar fuertemente los brazos hasta formar huracanes. Sí, tristeza... puedes marcharte bien lejos por los aires si yo lo quiero así. ¿Sabes lo que te digo?: M i a u.

La chica de los gatos.

Ciento cuarenta y seis.


He pasado contigo las dos estaciones calurosas del año y han estado bien, pero todos sabemos que las cosas son más bonitas en primavera con la sangre alterada, o en verano que la ropa siempre molesta y es mejor estar desnuda y en tu cama. No, ahora toca lo difícil. Ahora toca el frío, los abrigos, los colacaos calentitos y las mañanas bajo el edredón. Ahora toca estar agobiados y no tener tiempo para estar juntos. Pero ¿sabes qué? Yo pienso intentar que esto aguante con todas mis fuerzas. Y es que quiero morirme de calor en pleno enero, y que sea por tu culpa.

La chica de los gatos.

Ciento cuarenta y cinco.


El día que llegue el fin del mundo quiero que nos sorprenda haciendo el amor, porque lo último que quiero sentir son nuestros intentos por fundirnos el uno al otro. Quiero que el último recuerdo que tenga de mi vida sea el sabor de tu saliva en mis labios, el tacto de tus manos apretándome la espalda, tu olor, tus orgasmos suicidándose en mis oídos. Cuando el planeta empiece a partirse en dos quiero anclarme a tus jadeos... pecho con pecho, absorber todos y cada uno de tus latidos. Y que no pares de repetirme, con respiración violenta e intermitente, que me quieres... que me quieres y que nunca dejarías de hacerlo... aunque fuera el fin del mundo.

La chica de los gatos.

viernes, 24 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y cuatro.


Aquella mañana no éramos chicos de café, sino de colacao... y nos apetecían muchísimo tostadas de ciruela. Yo bailaba de la despensa a la nevera, y tú me mirabas con aires de domingo desde tu taburete, me dabas una palmadita en el culo cada vez que estaba a tu alcance y bostezabas. Mientras metía las tazas en el microondas me dio por tararear alguna de Maga... fiel a nuestros conciertos de andar por casa me acompañaste a la percusión con un par de cucharillas de postre.
Nunca entenderé como te puede excitar tanto mi pijama de pingüinos, ni mi look de mañana despeinado y ojeroso... pero me dejé querer, y me quisiste encima de la mesa mientras se nos quemaban las tostadas. Me besaste los labios secos, y los párpados... me desnudaste con cariño a cámara lenta y comenzaste a meterme los dedos. Desayunaste de mi tripa y mis gemidos, de mis palpitaciones y mis piernas apoyadas en tus hombros. Yo te desayuné del lóbulo de tu oreja, de tus embestidas y de tu lengua imantada a mi cuello. Me dejé querer, y me quisiste... aquella mañana no éramos chicos de colacao, sino de orgasmos.

La chica de los gatos.

jueves, 23 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y tres.


-Te veo todas las mañanas en este maldito tren, y ¿sabes? me encanta la cara esa que pones cuando levantas la vista del periódico durante un momento para comprobar si te has pasado de parada.
-¿Qué cara?
-La que consiguió que me enamoraras.

La chica de los gatos.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y dos.


La comunicación es una de las primeras cosas que aprendemos en la vida; es curioso que conforme vamos creciendo y asimilando palabras y aprendiendo a hablar, menos sabemos lo que decir o como pedir lo que queremos de verdad
Al final no puedes evitar hablar de ciertas cosas. Hay cosas que no queremos escuchar. A veces hablamos porque no podemos estar callados más tiempo. Hay cosas que exceden a las palabras, son producto de la acción.
A veces hablas porque no hay alternativa... otras cosas te las reservas; y no siempre, pero... de cuando en cuando algunas cosas hablan por si solas.

La chica de los gatos.

martes, 21 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y uno.


Tu recuerdo siempre me da en la línea de flotación y es por eso que al final, sin faltar a la cita, acabamos siempre convocando a las peores artes. Borrachos de pasado, sin saber entender nada. Supongo que es cuestión de darnos tres inviernos más. Los amigos me dicen que es de tontos tratar de encontrarnos con decoro, tan civilizados, tan postizos, y tan cruelmente dulces, como tú conmigo.
Por mucho que queramos aun no está escrito el guión. Esa parte en la que compartiremos un café sin sobresaltos ni deudas. Queda un tiempo. Un tiempo reservado aun para caer rodando sin frenos por la cuesta de los malentendidos, preguntando cuando encontraré el final del cordón, cómo harás para que todos dejen de hablarte de mi.

La chica de los gatos.

Ciento cuarenta.


Yo, tropiezo con las líneas de mis manos, los besos que te debo los regalo, y rueda cuesta abajo el corazón. Tú, que abrazas siempre a contra corriente, no hay goma que te borre lo que sientes, tu cuerpo dice SI, la boca NO. Yo, fingiendo que ya no te echo de menos, la piel se me separa de los huesos. Tú, tu nombre golpeando en mi ventana, me quieres olvidar pero me llamas, tu risa atropellando a la razón. Yo, los bares donde entro a olvidarte, son los bares donde vuelvo a encontrarte, y hay una zanja en medio del colchón. Tú, tus manos son semáforos en rojo, tu piel está cubierta de cerrojos y tiene una alambrada a tu corazón. Cuánto tiempo seguiremos del revés y besando en dirección prohibida, habrá que aprender a conducir la piel, o a ir por carreteras sin salida.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y nueve.


Y es que ella siempre quiso un chico que fuera capaz de decir súpercalifragilisticoespialidoso al revés, de desenvenenar las manzanas, de despertarla con un beso de un sueño que duró miles de años, o de hacerla sentir en casa en cualquier lugar del planeta. Por eso aquella mañana cuando él se acercó por detrás y tapándole los ojos le susurró:
- Sododaliplaescotilisgifralicapersu, es un poquito más difícil.
No pudo evitar sonreír de oreja a oreja como una tonta.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y ocho.


Gritar cuando no haya nadie, gritar cuando pase algún tren, gritar de felicidad cuando mi alegría desborde por todo mi cuerpo, gritar que necesito que pertenezcas a mi vida, gritar esa palabra fuerte y que ahora decir te amo es como decir, hola y adiós.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y siete.


Fueron años de quiebra, de exilio de la ternura. Años de camas rápidas y sábanas olvidadas a la primera de cambio. Ya no recordaba lo que significaba querer con las entrañas. Pero llegaste , como cara de turista perdido, como quien mira a los edificios sin enterarse de mucho, y te quedaste una noche y después otra, y otra más. Te miré callada al verte desayunar a mi lado, como quien mira un paraíso abierto. Te vi bostezar como un cachorro y en ese momento se cruzó entre nosotros la palabra por-fin

La chica de los gatos.

jueves, 16 de mayo de 2013

Ciento treinta y seis.


No hay domingo que se me olvide escribir(nos) en alguna casa que sería nuestra, haciéndonos café e innumerables veces el amor en la cocina... hasta desgastarnos contra la encimera, hasta que los gemidos se hayan mezclado tanto con los "te quiero", que no se distingan más que a una infinidad de impulsos eléctricos que van directos de nuestras manos a la entrepierna, y de la entrepierna al corazón.
No hay domingo que no piense en ti profundamente y después te dedique un orgasmo desde mi cama.

La chica de los gatos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Ciento treinta y cinco.


Estaba sentada en la terraza de mi cafetería favorita con mi desgastado ejemplar de "Un guardián entre el centeno", cuando me lo crucé por primera vez. Aun no sabía que aquel muchacho iba a ser él. Que, como dice la canción, le vería cantar, sentir, llorar, sonreír, hacer el payaso, ponerse moreno, estar en forma, estar enfermo, creer, crear, nadar en el mar, estar cansado, andar preocupado, vestido, desnudo, dormido... Pero, si te dejas llevar no tardas mucho en descubrirlo. Y es lo mejor que la vida puede ofrecer.

La chica de los gatos.

martes, 14 de mayo de 2013

Ciento treinta y cuatro.


No voy a comportarme como un bolero.
Tienes derecho a dejar de amarme, sin que yo te tire a la cara el corazón, ni embista contra ti con hermosas promesas que nos hicimos en el pasado. Prometer es hipotecarse para pagar las letras de ti mismo. Tienes derecho a querer a otra como yo quise el agua de otras fuentes, y aunque me duela, quiero que crucen por tus ojos las nueve letras que conforman la palabra felicidad. Dejaré que el dolor venga conmigo, que se quede aquí lo que sea necesario -otros jugarán al escondite por mi-. Tengo que dejarte ir y bueno, espero que algún día ese dolor se parezca a ti y me deje por otra.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y tres.


Hoy es uno de esos días en que uno sólo espera que alguien le diga algo bonito, algo que le saque de sus decepciones circulares, de una historia de amor pasada de rosca, o de la inquietud de esperar sentado un cambio de viento. Porque la mayoría de las cosas que terminan no te dejan cesantía, y a veces resulta agotador tratar de ser tan fuerte y saber las pocas probabilidades de que este martes nos deje un final de cine entre las sábanas.
Uno de esos días en que uno tiene ganas de cambiar de domicilio para instalarse en un presente más amable, porque a veces la vida es injusta y te secuestra un invierno áspero, y el porvenir es sólo un niño mal vestido al que hace falta sólo un gesto para cambiar de traje, justo ese gesto que hoy soy incapaz de encontrar.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y dos.


Aun recuerdo como siempre me preguntabas que por qué me relamía los labios después de cada beso. Es como cuando te acabas de terminar un helado y te pasas la lengua por los labios, despacio, buscando cualquier pequeña partícula con sabor que haya podido escapar. Con lo simple y sencillo que era, no sé como no te lo expliqué nunca.

La chica de los gatos.

Ciento treinta y uno.


Me estoy enamorando de un desconocido. He puesto en su boca frases que no ha dicho, en su personalidad rasgos que no sé si tiene, he vivido con él cosas que no existen. Me paso el día pensándole con una estúpida sonrisa pintada en la cara. Y, lo peor de todo, es que no quiero arriesgarme a conocerle para no decepcionarme.

La chica de los gatos.

Ciento treinta.


El "Si" y el "Hubiera" son palabras que separadas pueden ser muy inocentes, pero ponlas juntas, lado a lado, y tienen el poder de acosarte por el resto de tu vida...

La chica de los gatos.

jueves, 9 de mayo de 2013

Ciento veintinueve.


-Tú y yo tenemos una cuenta pendiente.
-¿Ah, sí?
-Prometiste que todo seguiría igual y, pese a que te dije que eso era imposible, te empeñaste.
-¿Se puede saber que ha cambiado?
-Vuelvo a necesitar cinco cucharadas de azúcar en el café, incluso cuando me sonríes.
-¿Qué quieres decir con eso?
-¿Nunca has oído eso de: "si tu magia ya no me hace efecto, ¿como voy a continuar?"?

La chica de los gatos.

Ciento veintiocho.


Hacía tiempo que no escuchaba un corazón de verdad. Exactamente desde que el de él dejó de sonar. Siempre fue una chica diferente alas demás, y no sabía muy bien el porqué. Siempre tuvo la extraña manía de tumbarse en la cama durante horas y horas a escuchar latir corazones ajenos. No es que el de él fuera especial, era un corazón más de su colección. Pero por mucho que buscó fue incapaz de encontrar un corazón igual. Desde entonces, nunca más le gustó escuchar los latidos de corazones ajenos. Hasta que un día le escucho a él.

La chica de los gatos.

martes, 7 de mayo de 2013

Ciento veintisiete.


Enredados entre las sábanas aquel miércoles por la mañana a él se le pasó por la cabeza una genial pregunta:
-¿Confías en mí?
-.
-¿Lo merezco?
-No.
Y la verdad, ella tiene toda la razón del mundo, él jamás le ha dado un solo motivo para que confíe, pero cuando una se enamora se vuelve así de tonta. 

La chica de los gatos.

lunes, 6 de mayo de 2013

Ciento veintiséis.


Hoy he pasado por delante de nuestra pastelería. Sí, esa pastelería donde nos pasábamos las tardes enteras comiendo todo tipo de tartas y tomando nuestro consabido batido de vainilla. Me han llevado los pies, como por casualidad. Hacía más de un año que no pasaba por delante, al menos que yo recuerde. Y es que desde que te fuiste he hecho muchísimas tonterías. El caso es que yo venía a decirte que nada más pasar por delante me he puesto a llorar, como una magdalena. Y es que, ¿a qué no sabes que estaba adornando el cristal? Un bonito cartel de "se vende". , no somos los únicos que se han ido a la mierda. 

La chica de los gatos.

Ciento veinticinco.


Ella esperaba a que el semáforo se pusiera en verde, mientras él esperaba el autobús. Él la mira indiscreto y piensa "que chica tan guapa". De pronto ella se gira, le mira y él aparta la mirada mientras se sonroja. Sonríen y vuelta a empezar. Más miradas, más girarse, más sonrojarse y cada vez sonrisas cómplices más grandes. De repente el semáforo cambia de color y la chica comienza a cruzar.
Tal vez si hubieran sabido todo el potencial que tenía esta historia de amor alguno de los dos se hubiera acercado al otro. O tal vez no. 

La chica de los gatos.

Ciento veinticuatro.


No sé... si la vida es corta o demasiado larga para nosotros, pero sé que nada de lo que vivimos tiene sentido si no tocamos el corazón de las personas.
Y eso no es cosa de otro mundo, es lo que da sentido a la vida. Es lo que hace que no sea ni corta, ni demasiado larga, pero que sea intensa...

La chica de los gatos.

viernes, 3 de mayo de 2013

Ciento veintitrés.


Antes que nada, perdona si huele un poco a cerrado, hacía mucho tiempo que nadie se alojaba aquí, y menos aún con la intención de quedarse... Ábreme bien de puertas y ventanas. Que corra el aire, que entre tu luz, que pinten algo los colores, que a este azul se le suba el rojo que hoy nos vamos a poner moraos. Y hablando de ponerse, vete poniendo cómodo, que estás en tu casa. Yo, por mi parte, lo he dejado todo dispuesto para que no quieras mudarte ya más.
Puedes dejar tus cosas aquí, entre los años que te busqué y los que te pienso seguir encontrando. Los primeros están llenos de errores, los segundos, teñidos de ganas de no equivocarme otra vez... El espacio es tan acogedor como me permite mi honestidad. Ni muy pequeño como para sentirse cómodo, ni demasiado grande como para meter mentiras. Mis recuerdos, los dejé todos esparcidos por ahí, en cajas de zapatos gastados y cansado de merodear por vidas ajenas. No pises aún, que está fregado con lágrimas recientes, y podrías resbalar. Yo te aviso.
El interruptor general de corriente está conectado a cada una de tus sonrisas. Intenta administrarlas bien y no reírte demasiado a carcajadas, no vayas a fundirlo de sopetón. No sé si te lo había comentado antes, pero la estufa la pones tú. Y hablando del tema, he intentado que la temperatura del agua siempre estuviera a tu gusto, pero si de vez en cuando notas un jarro de agua fría, eso es que se me ha ido la mano con el calentador. Sal y vuelve pasados unos minutos. Discúlpame si es la única solución, es lo que tenemos las de la vieja escuela, que a estas alturas ya no nos fabrican los recambios. 
Tampoco acaba de funcionarme bien la lavadora. Hay cosas del pasado que necesitan más de un lavado, es inevitable. Y hay cosas del futuro que, como es normal, se acabarán gastando de tanto lavarlas. La recomendación, ensuciarse a su ritmo y en su grado justo. Eso sí, no te preocupes por lo que pase con las sábanas, que las mías lo aguantan todo.
Para acabar, te he dejado un baño de príncipe, una cama de señorito, un sofá de adolescente rebelde y algo de pollo hecho en la nevera. Para que lo disfrutes a tu gusto, eso sí, siempre que sigas reservando el derecho de admisión. Aquí no vienes a rendir cuentas, sino a rendirte tú. Aquí no vienes a competir con nadie, sino a compartirme a mí. El resto, no sé, supongo que está todo por hacer.
Encontrarás que sobra algún tabique emocional, que falta alguna neurona por amueblar y que echas de menos, sobre todo al principio, alguna reforma en fachada y estructura. Dime que tienes toda la vida, y yo voy pidiendo presupuestos. Dime que intentaremos toda una vida e iré encofrando mis "nunca más". 

La chica de los gatos.

jueves, 2 de mayo de 2013

Ciento veintidós.


Marisol siempre tiene una sonrisa enorme pintada en la cara. Es una de esas niñas que te alegran la mañana si coincides con ellas en el autobús. Lástima que hoy en el patio del colegio algo le haya borrado la sonrisa. Al parecer Carlitos la ha empujado y, al caer, se ha hecho un raspón en las rodillas. Y luego no le ha dado un beso ni nada ¿qué clase de príncipes azules son estos?
Y es que ha sido exactamente en ese momento, allí sentada en secretaría mientras la cuidadora le embadurnaba de Betadine las rodillas, cuando Marisol ha dejado de creer en los cuentos de hadas.

La chica de los gatos.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Ciento veintiuno.


Seguí quedando con él por puro egoísmo. Porque me inspiraba, el dolor, lo que me hizo, lo que dejó de hacer, lo que sigue haciendo. Yo no le querido nunca, me enganché a él como quién se cuelga de una nueva droga y se arruina, y arruina a los demás por esa mierda. Y nunca supe salir de ahí. Se convirtió en un bucle. Nada salía, pero siempre entraban más colores, sobre todo grises. Nunca volvimos a estar a solas desde aquello, a mirarnos sin que nadie nos observara, a callarnos y esperar que la química hiciese el resto. Nunca tuvimos el valor suficiente. Sólo nos dejábamos deleitar con presencias pactadas cuando los demás nos reunían en algún lugar común, casi siempre, un parque o un bar. Nos regalábamos algunas de las risas que antaño hubieran hecho que esa noche la pasáramos juntos, y con las que ahora nos conformábamos para llevarnos un buen saber de boca a la cama...
Siempre pensé que había gente a nuestro alrededor que se estaba dando cuenta de que había alguna pieza que no acababa de encajar, que todavía nos brillaba un poco el alma detrás de nuestras corazas. No lo pregunté, y él tampoco, de eso estoy segura. Notaba que él se contentaba con que yo hiciera algún que otro gesto de más, se sentía fuerte, como que no había apagado el fuego del todo y yo todavía seguía intentando saltar por encima de las llamas...
ÉL reaccionaba de formas dispares. O bien evitaba reaccionar a mis impulsos y hacerme sentir como la que perdió, o bien si yo llevaba rato sin dirigir la mirada hacia alguno de sus movimientos, corría a buscarme perdida en otros ojos o en otros labios, y esperaba una reacción. Que levantara la cabeza e hiciese alguna mueca que él pudiese traducir a su antojo en una respuesta que le hiciera feliz. Yo sin embargo actuaba por puro instinto, sin hacer caso a mis lágrimas de ayer ni a mis sonrisas de mañana.
No tenía una estrategia definida y por lo tanto jugaba a tentarle, a ponerle nervioso, que sé yo, a casi todo por tal de que él supiera que a pesar de todo, estaba ahí y seguía viva. Muy viva. Ese comportamiento me ayudaba a seguir pero me hundía a la vez. Quería resignarme, darle la razón a la indiferencia, que todo pasase a un segundo plano, que se alejase del protagonista y la escena principal, buscar en otros ambientes, detrás de los focos, entre bambalinas, en las tomas falsas o qué sé yo, en otro punto de enfoque que no se fijara sólo en el drama argumental que hacía interesante al film.
Pero entendí que esa lucha era un acto inútil, una pérdida de tiempo. Que mi "yo" salvaje nunca dejaría que actuase la razón ni daría un poco de lucidez a esa historia. Que por más que lo necesitara, yo quería otra cosa, quería el puto rojo en ese cielo, quería vendarme hasta el cuello y volver a caerme semanas después, quería experimentarlo todo hasta que acabase de matarme. Era la única forma de sentir. De no apuntar otro fracaso.

La chica de los gatos.