Soy de las que con casi 18 años les gusta sentarse a escuchar como la gente mayor cuenta la historia del exilio en México, de cómo salieron las arrugas antes de tiempo, de la morriña que gangrenaba el corazón, de una batalla perdida por la libertad, del reencuentro con una tierra que huele a mar. Soy de las que siempre ven el lado romántico de la historia, ese que no cuentan en los libros, de las utopías, de las ilusiones efímeras. De las esposas que no dejaron de esperar cartas que venían del frente, de las viudas que nunca pudieron volver a empezar, de las madres que no cesaron de llorar, de las que cayeron y de las que sobrevivieron pero nunca volvieron a vivir...
De la bandera republicana ondeando en algún rincón del corazón. Del bando perdedor. Soy de Dylan avisando de que los tiempos estaban cambiando, de las cenicientas que barren la calle de la desolación. Soy de Serrat pidiéndole a su padre que le cuente otra vez la historia de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia, de las que cantaron Al Vent, de Paco Ibáñez poniéndole desde Francia música al arma de la poesia, de Aute aquella noche al alba que temía de madrugada, de los trovadores, poetas con guitarra. De Sabina cantándole a su rosa de Lima, de la dama de poncho rojo que vive en el Boulevard de los sueños rotos, del hombre del traje gris, de la chica que está casada cuando regresas a Madrid, del robado mes de Abril, de las canciones de amor que no quisiste. Del niño con granos que observa desde una esquina a su chica siempre bailando con otro...
De Calamaro, de Soledad, Esperanza e Inmaculada coleccionando mariposas tristes, de Alfonsina y el mar, de la chica del paraguas. De Quique y los que bailan en quimeras y no esperan en la orilla, de carreteras que desembocan en puertos de los que zarpan barcos que nunca se cogen. De Carlos Tarque preguntando ¿dónde está la revolución? Soy de los Rolling y los Beatles a partes iguales. De las que rescatan del desván los polvorientos vinilos de Simon and Garfunkel y se estremecen con la voz de Janis Joplin. Soy de las que escuchan por teléfono cada noche una voz que está a doscientos kilómetros y luego, se meten solas entre sábanas demasiado frías como para conciliar el sueño, de las que echan de menos pero no buscan calor en camas ajenas.
De las que se cruzan a nado el océano por un beso más. De las que cogen autobuses que les rompen el corazón. Soy de las que se pierden por el mundo pero vuelven a casa por Navidad, de los cafés a las cuatro de la tarde en el bar de siempre con la gente de siempre, del frío del norte, de la playa desierta en Diciembre, de la luna llena que se esconde detrás de las nubes, de la Ciudad de Cristal bañada por el mar, vestida de blanco y azul, vestida de blanco y azul, de los equipos que bajan a segunda y siguen teniendo la mejor afición. Del olor a mar cuando vuelves a casa, de la salitre en el pelo, de los marineros que naufragaron en la vida. De los músicos del metro, de los poetas fracasados, de los artistas callejeros, de las personas pequeñas que hacen cosas grandes...
De las que no tienen dios pero si bandera. Soy de los padres que todavía sueñan con subirse a un escenario mientras le tocan canciones con una guitarra desafinada por los años, en el salón de su casa, a los dos amores de su vida. De las madres que lloran con esa canción. De los hermanos pequeños a los que quieres tanto que hasta te duele. De las que se dejan la piel, de las que se quedan hasta el final, de las causas perdidas, de las fotos viejas que abren las viejas heridas. Soy de las personas, no de los partidos. De esas que tomaron la Puerta del Sol en pleno siglo XXI. Soy de la libertad y de los sueños que siguen existiendo en el corazón de los que aún tenemos corazón.
La chica de los gatos.
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