sábado, 5 de abril de 2014

Ciento veinte.


Solo somos verdaderamente felices cuando soñamos con la futura felicidad, también la cacería es más dulce que lo cazado y ten cuidado con lo que deseas, no por conseguirlo, sino porque estás condenado a no quererlo en cuanto lo consigas...

La chica de los gatos.

Ciento diecinueve.


-Acepto.
-¿Aceptas?
-Acepto.
-¿El qué?
-¿Cómo que el qué? Pues que acepto. Que salto. Si me has oído bien, salto. Salto contigo.
-¿Estás segura? ¿Te arrepentirás luego?
-Si. Muchas veces, tantas que aveces te de la sensación de que me estoy volviendo loca; así que tendrás que estar ahí como no has estado nunca con nadie, sosteniéndome la mano y dándome razones para no dejar de hacerlo. Así que ahora dime, ¿aceptas tú?
-Acepto.

La chica de los gatos.

Ciento dieciocho.


-Pues... ¿Sabes qué? Siempre he pensando que los príncipes azules no existían...
-Y... ¿Qué me quieres decir con eso?
-Qué supongo que tú serás el de color verde pistacho...

La chica de los gatos.

Ciento diecisiete.


Tampoco elegí tu risa, ni que me mires así... No he elegido tampoco necesitar tus abrazos, ni necesitarte a ti. Ni siquiera de suspirar solamente por y para ti.
Tampoco elegí el día, ni el es en que apareciste. Ni que aparecieras por casualidad, ni siquiera elegí pensar en ti cada instante desde ese día.
Pero quiero que sepas algo... si pudiese haberlo elegido... te hubiese elegido a ti, que no te quepa la menor duda.

La chica de los gatos.

Ciento dieciséis.


Los domingos que llovía nos quedábamos toda la mañana metidos en la cama, escuchando en silencio como las gotas de agua repiqueteaban en los cristales. Cuando nos entraba hambre nos devorábamos los te quieros, y no dejábamos ni una miga, ni un latido que se escapara entre las sábanas.
A veces hacía sombras en la pared con tus manos... creabas monstruos feroces, enormes y terribles que se acercaban cada vez más a mi para comerme. Yo me hacía la asustada... me escondía detrás de tu espalda, aceleraba mi respiración a propósito y hasta conseguía derramar alguna lágrima de cocodrilo. Era la gran interpretación de mi vida, solo por verte creyéndote un héroe mientras hacías desaparecer mis pesadillas, solo por tus abrazos de oso, tus mimos y el tazón de colacao que me preparabas para que se me pasara el disgusto.
Te creías mi héroe, aquel que mataría monstruos por mí solo con un chasquido de dedos. Y dentro de nuestra actuación éramos los más felices del mundo.

La chica de los gatos.

Ciento quince.


-¿Te puedo pedir una cosa?
-Sí, dime...
-No te acostumbres a mi.
-¿Cómo?
-Que no te acostumbres a mi, ni a mi risa, ni a mis sonrisas en esos momentos, ni a mis besos, ni a mi olor. No te acostumbres a cómo te miro o te dejo de mirar, no te acostumbres a mi cara cuando "me enfado", ni a reírte de las cosas que digo. No te acostumbres... enserio.
-¿Y eso a qué viene?
-A nada... Simplemente algún día me iré, nuestros caminos se separarán y echarás de menos esas cosas a las que un día te acostumbraste... Y nuestros castillos de arena caerán, dejarán de existir como si nunca hubieran estado ahí, se convertirán en montones de pequeños granos amontonados en una maleta sin fondo, sin sentido, sin mayor existencia que el recuerdo.

La chica de los gatos. 

Ciento catorce.


Ya no eñe en quién pienso antes de acostarme ni en quién debo de pensar. Desde luego, si tuviera que pensar en quien de verdad se lo merece, me pasaría las noches en blanco.

La chica de los gatos.

Ciento trece.


Dicen que el amor es pura propaganda, que no existe, puede que tengan razón. La mayoría de las parejas no se quieren, tan solo han estado tanto tiempo juntas que lo que sienten es cariño, no amor. El amor es hacer locuras por el otro, seducir a tu pareja día a día y luchar por ella como si aún necesitaras conocerla. El amor es algo más, es perder la racionalidad y no actuar, es dejarte llevar.

La chica de los gatos.

Ciento doce.


Puedes:
Puedes buscarme los puntos cardinales, las risas que me guardo, las cosas que no digo. Tienes permiso para engancharte a mi, a mis bolsillos y al brillo de mi pelo.
Quiero:
A cambio pido una canción, tres poemas, cuatro besos y dos abrazos fuertes. Eso es todo. Eso y olvidar qué es el miedo, la duda, el vacío y todas esas películas que no nos dicen nada.

La chica de los gatos.

Ciento once.


Tengo la manía de hacerlo todo de golpe. De pensar en el momento, de olvidarme de lo que viene después. El vicio de gesticular mucho cuando hablo y el de confiar a la mínima. El de decir lo que pienso sin reparo alguno. El vicio de no parar hasta caerme, o hasta que consigan pararme. El de cantar en la ducha la canción más penosa del mundo, o el de arriesgar al máximo con los bordillos de las aceras. El de querer a alguien hasta el límite de los límites. También tengo el vicio de equivocarme, de cometer errores que son difíciles de reparar. O el vicio de sacar el lado bueno de todo y sí, se que un optimista es un pesimista mal informado, pero a veces es mejor dejar que algunas cosas "pasen por alto", y dejarse llevar. Lo siento, he dicho que tengo vicios, no problemas. Ahora piensa lo que quieras.

La chica de los gatos.

Ciento diez.


Cuando yo era pequeña creía que no se podía destruir lo que aún no se había construido. Ni pensaba que algo que no existía -o que yo no veía con nitidez- podría dejar de existir, por completo. Cuando yo era pequeña no tenía ni idea de que hay veces en las que los seres humanos nos equivocamos, y esos errores sólo nos sirven de mira a un futuro -de mira al presente y al pasado esos errores están cerrados. Cuando yo era pequeña no sabía que hay momentos de tu vida que van a ser importantes -p que son importantes, o que han sido importantes- y que por más que los humanos hagamos, pensemos y digamos no podemos borrarlos. Cuando yo era pequeña no sabía que determinados momentos no podían borrarse, porque no era consciente de la importancia que podría tener tan sólo un momento en toda una vida... Cuando yo era pequeña no sabía que alguien puede dejar de confiar en ti en un segundo dado, y tener la seguridad de que esa no confianza va a prolongarse eternamente. Cuando yo era pequeña no sabía que cuando alguien no confía absolutamente nada en ti -por algo que tú has hecho- no hay nada que puedas hacer para solucionarlo. Cuando yo era pequeña no sabía que uno puede decepcionarse consigo mismo y que no existe cosa alguna que uno pueda hacer para dejar de estar decepcionado en ese preciso instante. Y no sabía de la importancia de la decepción mucho menos de la duración. Cuando yo era pequeña, no me sentía tan pequeña, quizá porque no sabía de todas estas cosas...

La chica de los gatos.

jueves, 3 de abril de 2014

Ciento nueve.


Igual de primeras no te gusto pero dame unos minutos, igual consigo dejar a a altura de mis zapatos a todas las mujeres que has conocido. No esperes que salga de mi boca el discursito ese al que estás acostumbrado de casa grandes llenas de césped y cielos despejados... No necesito saber mucho de ti, ni lo independiente que eres, ni lo mucho que te esfuerzas. Prefiero saber cuál de todas es tu droga favorita y como se te acelera el corazón al volver a casa
Ofréceme los mejores pechos aderezados con las nalgas más redondas de la ciudad. Yo solos tengo mis escritos y un mundo sin reloj. Nada de dinero, ni estrellas que brillan hasta de día; solo permíteme un par de susurros al oído y verás que las nubes también aguantan en el cielo... Sé como eres tú, nada de envidias. No importa lo húmedas que estén las calles si el incendio se queda dentro de las sábanas.

La chica de los gatos.

Ciento ocho.


De la euforia al tormento en 24 horas. Soy la misma persona un viernes que un lunes, aunque no te lo creas. Dudo de todo. Fatalizo las situaciones. Vivo y siento las cosas con una intensidad que podría mover montañas. No conozco término medio. Llevo las emociones a extremos, puedo amar hasta volverme loca, o sentir total y absoluta indiferencia. Cuando no puedo más, huyo. No se estar solo triste. Yo me jodo, me atasco, me derrumbo, me auto-destruyo, me destrozo...

La chica de los gatos.

Ciento siete.


A veces las cosas salen mal y no es culpa de nadie. Pero todos quieren un por qué. Un motivo. Algo que puedan envolver, ponerle un lacto y enterrarlo en el jardín de atrás. Enterrarlo tan hondo que parezca que nunca ha pasado. Me pregunto cuánto tiempo de sus vidas se pasará la gente rezando y pidiendo que algo que ha ocurrido no hubiera pasado. A lo mejor Dios existe porque a la gente le asustan todas las cosas malas que son capaces de hacer. La verdad, yo creo que el diablo tiene más sentido que Dios. Al menos entiendo porque la gente quiere que exista. Va bien tener a alguien al que echarle la culpa de las cosas malas que ocurren. Hay dos formas de ver el mundo. Una es que la vida está llena de oportunidades, que está bien. Olvidando las cosas malas, como si no las vieras. La otra, es ver la realidad.
Yo creo que hay dos maneras de ver el mundo. Puedes ver la tristeza que hay detrás de todas las cosas. O elegir bloquearlo todo. Si no dejas que el mundo te afecte, no te partirá el corazón.
A todos los padres les pasa igual. Quieren que sus hijos sean felices, como si no supieran que siempre pasa lo mismo. Estoy segura de queje llorado todas las lagrimas que había dentro de mi. Pero aprendí que con las lágrimas no puedes hacer que alguien que no te quiere vuelva a quererte, o que algo que pasó no haya pasado. Siempre está ahí. Aunque todo vaya bien y los niños jueguen y las parejas se besen, y eso... siempre está ahí. Pero la mayoría de la gente no es capaz de verlo. Es eso que siempre se está escabullendo. Cómo todos nos estamos muriendo por dentro. Lo tristes que estamos todos realmente. A veces las cosas no salen bien y no es culpa de nadie. Puede que ahora tenga sentido. Puede que en alguna parte entre todo esto haya una razón. Puede que en alguna parte entre todos esto haya un por qué. Puede que en alguna parte, esté aquello que te permita que lo envuelvas todo, le pongas un lacto y lo entierres en el jardín de atrás. Que lo entierres tan hondo que parezca que nunca ha pasado. Pero nada. Ni un porqué, ni enfadarse, ni decir que lo sientes, ni oraciones, ni lágrimas. Nada puede hacer que algo que ha pasado no hay pasado.

La chica de los gatos.

Ciento seis.


Las cosas molaban cuando tú estabas cerca y yo molaba cuando estaba contigo. Durante ese tiempo fui una persona distinta, y guay. Era la única forma que tenía de sonreír, bailar en cualquier sitio o cantar a gritos a las tres de la madrugada. Me diste una paz en tiempos de guerra que no me había dado nadie antes...
Sólo quería eso, que vinieras y me pidieras que te abrazara y te dejaras abrazar. Que aparecieras saltando con tus tonterías, esas que me hacían reír como si fuera una niña de cinco años, y girar. Sobretodo giraba contigo. Cuando me paseabas por Madrid una tarde cualquiera alegrándome el día, la vida. Todo lo demás no importaba. Como si me echabas de menos de la cama mientras dormíamos o como si tuviera que ir andando al fin del mundo. Lo hubiera hecho. Lo hubiera hecho por ti. Podría haber matado monstruos por ti, como dice la canción. Quería que estuvieras aquí, quería que estuvieras conmigo pasara lo que pasara. Hicieras lo que hicieras. Pero ya no, ya no quiero.

La chica de los gatos.

Ciento cinco.


Paso de medias mentiras, de pasar de largo por la vida, de amor al por mayor y a plazo fijo, de vender en oferta lo que escribo, de taparles el pico a las palomas, de pescar olas y envasarlas al vacío, resto y sigo...
Paso de saberme un enemigo, de abrazos de lejos y golpes de cerca, de que le pongan cerca a las aceras, de quemar la cera de las alas de los niños...
Paso de negar la verdad primera de la primavera, de callar cuando grito, de este cielo marchito de escopetas y banderas, de que arda la madera de mi espalda...
De las trampas que me tiendes con la lengua y con los dientes... Y gracias por todo... Y gracias por nada...

La chica de los gatos.

Ciento cuatro.


¿Sabes? Ni todas las palabras del mundo, ni todas las fotos guardando los mejores momentos que hemos vivido, las cambiaría por esa sonrisa tonta que se me ha puesto.
Todo lo que tienes que hacer es ponerte los cascos, tirarte al suelo, y escuchar el CD de tu vida. Canción tras canción, no puedes saltarte ninguna, todas han pasado, y de una forma u otra servirán para seguir adelante. No te arrepientas, no te juzgues, sé quien eres. Y no hay nada mejor para el mundo. Pausa, rebobinar, play, y más y más aún. Nunca pares la música, no dejes de descubrir sonidos para lograr explicar el caos que tienes dentro. Y si te sale una lágrima cuando lo escuchas, no tengas miedo, es como una lágrima de un fan cuando escucha su canción preferida.

La chica de los gatos.

Ciento tres.


Se conocieron en la era digital, 2011, en una plataforma digital, Facebook, en una pantalla digital, Imac, pero sus corazones eran analógicos. Y sus bocas y sus suspiros no podían ser traducidos a un código binario, a un idioma de ceros y unos. Dicen que las máquinas nos comerán y acabaremos convirtiéndonos en animales digitales pero nunca sucederá eso. Las sábanas no se empapan por tormentas de ideas en foros cibernéticas sino por la fusión de dos deseos que chocan frontalmente sobre la superficie de un colchón. No se puede escasear un abrazo, ni darle a la tecla ESC cuando los malentendidos te llenan el corazón de dudas y el dolor no se puede meter tampoco en la bandeja de salida. Todo eso les pasó. Se conocieron en digital, se amaron en analógico y cuando comenzaron a discutir decidieron regresar a sus teclados. Pero pronto lo entendieron y arrojaron el ordenador por la ventana: el antivirus del amor es más amor.

La chica de los gatos.

Ciento dos.


Aquí y ahora. Quítame la ropa. Desgástame la piel a besos. Quiero temblar con cada roce de tus dedos. Házmelo, hasta que se agote el último gemido de mi corazón. Que si tengo que morirme, sea entre tus brazos. Y si se acaba el mundo hoy, que nos pille merendándonos, y lo último que oiga sean tus orgasmos erizándome la piel, tiritándome las ganas.

La chica de los gatos.

Ciento uno.


Realmente, creo que es noche no hubo cremalleras. Ni siquiera recuerdo el momento en el que te desabroché el pantalón. No sé ni como de repente estabas allí, conmigo. Después de tanto tiempo sin tocarte, volvimos a sudar como aquellas noches de invierno. No sé si con tanto desenfreno en rozarnos, realmente hicimos el amor. Hacer el amor era otra cosa, puede que ni siquiera tuviéramos intención de ello. Buscamos una noche de calor y echamos a perder el olvido. Nos echamos de menos muchos meses, y la última noche nos recordamos de nuevo...
Me enganché a ti y dejé de pensar hasta que amaneció. Nos enredamos. Tú conmigo, y yo contigo. Del sudor de los cuerpos vencidos, habla una canción. Ese que moja tu espalda cuando nos desgastamos sin razonar. Del amor te hablo yo a veces, porque somos cómplices que, donde hay calor, hay amor. Y calor había en esa habitación. Eso es indudable.

La chica de los gatos.

Cien.


El caso es que entonces ocurre algo que hace que te quedes parado en mitad del tiempo, suspendido entre los minutos que siguen pasando pero parecen congelados, y piensas si no estarás confundiendo la realidad con el deseo. Quiero decir que, a lo mejor sí se trate de esa persona, y quizás no. A lo mejor uno lo desea tanto que la inventa entre la gente, y vienen los fantasmas a escupir los recuerdos, a destiempo. Desapareciendo y apareciendo; apareciendo y desapareciendo.
Todos tenemos cuentas pendientes y puede que quedaran muchas cosas por decir, pero no creo que sea eso, creo más bien que es un deseo inconsciente. La necesidad, casi enfermiza, de acercarte al tiempo perdido entre los trapos sucios, platos sucios y algunas fotos. Entre los restos del naufragio del que a duras penas has salido con vida. Quizás sólo es el deseo de encontrar un trozo de los días en los que éramos eternos y vulnerables, con un amor entre las manos capaz de mover montañas...
Y entonces te imaginas que aparece él entre toda esa gente, sonriendo. Que sólo necesitas encontrarlo para hablar de cualquier tontería y poner en calma tu mente. Y quizás, lo único que deseas decir es "¿Qué ha sido de ese tiempo? ¿Qué ha sido de mi? ¿Qué fue de nosotros?".

La chica de los gatos.

Noventa y nueve.


A veces pienso que estoy ahí, detrás de ti, porque no tengo otra cosa mejor que hacer; otras creo que es porque de verdad siento algo. De todas formas, el resultado es el mismoestoy ahí, detrás de ti.

La chica de los gatos.

Noventa y ocho.


-¿Sales con alguien?
-¿Qué?
-¿Hay alguien en tu vida?
-Querrás decir en mi cama, ¿por qué lo preguntas?
-Por nada, sólo es un intercambio dialéctico sobre el estado de tu corazón.
-Intercambio dialéctico, ¿eh? Osea, una conversación.
-Dime, ¿estás enamorada? No tienes que contestar, sólo es una pregunta.
-No hay nadie en mi cama si es lo que quieres saber, nadie que no pueda cambiar con las sábanas.

La chica de los gatos.

Noventa y siete.


Hoy, a las 2'51, he decidido que voy a volver a obsesionarme contigo. Recordar cosas sobre el amor no se me da bien, y buscar amores nuevos tampoco. Así que, he decidido que voy a volverme loca de nuevo. Voy a salir a buscarte como hacía, hasta volver a conseguirte. Aunque se vayan las nubes. Y venga la primavera a verme un viernes. Aunque me detengan las sonrisas de complicidad de los domingos. A pesar de la felicidad de una mano correspondida.
Hoy, a las 2'53, me apetece dormir contigo. Me apetece no ser racional. Y no ver 173 minutos de un documental que mañana se me olvidará. Como tú me olvidas a mi, al día siguiente. Como tus pupilas de hombre astuto. O no tanto. Ya no lo sé. He decidido escuchar a Quique González hasta que me duerma, y pensar en tonterías.
Porque después de cien conversaciones, me besas el único día que yo no lo planeo. Después de encontrarte el primer día, me besas sin avisar. Y sabes que no era lo que queríamos. Fuiste mío. Un rato sólo. Y yo, quiero más. Yo lo que quiero es hacerte el amor por los rincones del mundo. Sólo por curiosidad. Y después vete a conquistar a las demás. Si quieres, claro.

La chica de los gatos.

Noventa y seis.


La primera vez que lo vio, se le pasó por la cabeza la imagen de ellos dos en una cama, pero no podía llegar a imaginarse que acabarían durmiendo juntos en tres ciudades distintas, ni que (con lo mucho que M. odia los sonidos nocturnos) identificaría la felicidad con sentir su respiración en la nuca. La primera vez que lo vio, pensó en eso de que los chicos malos siempre traen problemas, pero no sabía que a partir de ese momento todo sería dolor; dolor que estaría obligada a disfrazar con una sonrisa por cada canción. Y conformarse con caricias a la mitad...
Ahora se gira para verlo marchar cada vez que se despiden, cuenta los días que faltan y llama con cualquier excusa sólo para escuchar una voz. Ahora todo es jodidamente complicado, porque los sentimientos de los que no consigue librarse no la dejan pensar con claridad. Ni respirar. Y quiere escapar por la puerta de atrás antes de que el dolor se haga insoportable, pero no puede. Está aquí, inmóvil, atrapada. Viviendo siempre a tu lado sin estar contigo. Y odia, odia todo lo que puede y más su aspecto, su pelo, sus botas, su forma de hablar, que lea su pensamiento, que tenga razón. Tenerlo cerca y no tenerlo. Que siempre esté. Odia no poder odiarlo. Porque no lo odia ni siquiera un poco, nada en absoluto.

La chica de los gatos.

Noventa y cinco.


No te enamoras más o menos: te enamoras antes o después. Esa es otra de las cosas sobre las que nunca reflexionamos cuando elegimos a una pareja que suponemos que será para toda la vida. Crees que nunca habrá otra igual, que ese estado en el que estás durará siempre, que es el hombre perfecto y que con él quieres tener a tus hijos. Si ahora me pongo a echar cuentas de todas las veces que me he enamorado desde que era adolescente, hoy tendría unas treinta y dos criaturas... El enamoramiento es una maravillosa locura sin sentido que te atrapa y te vuelve idiota. Me encanta.

La chica de los gatos.

Noventa y cuatro.


No sé si esperé demasiado de ti o fue el alcohol el que me dio la fuerza de superman y ahora, con la resaca, me la quita. Lo que si sé, es que aquella noche me sentí como en una película de los 80, girando entre canciones, guitarras y carreteras. Y durante un segundo, hubiera dejado mi vida en pausa para seguirte por el mundo como una grupi desesperada, esperándote en el camerino después de cada actuación. Y drogarme contigo hasta el infinito... Y ahora te imagino riéndote y diciéndome "esto es rock and roll, nena, habértelo pensado mejor".

La chica de los gatos.

Noventa y tres.


Que la primera calada sabe mejor si enciendes el cigarro con una cerilla, y los besos, los disfrutas más cuando son cortos, escasos y a escondidas. Es ley de vida, o por lo menos, la ley de mi vida desde que tú apareciste un jueves cualquiera dispuesto a robarme el corazón y lo bueno, fue sólo un momento, ahora me cuesta dormir.
Cuando pensaba que con tu amor no tendría suficiente no imaginaba que acabaría mendigando un beso, ni conformándome con unas migas de pan, y sin embargo, aquí estoy. Esperando en la parte de atrás a que tú digas "venga", para poder decir "vale"; saltándome los días de dos en dos porque pesan demasiado y el fin de semana nunca llega; aprendiendo, otra vez, a tragarme las lágrimas, las palabras y las ganas... Siendo la otra, el problema, la parte que no encaja en tu vida, ni en la mía.
Y hoy es domingo, y llueve en Madrid. Tengo una canción sin acabar y miles de palabras atragantadas en la garganta que no sé si escupir, o dejar que me ahoguen. Por mucho que quiera huir, tienes esa maldita fuerza que hace que yo esté siempre a tu lado, sin estar contigo. Sé que te quedarás, otra vez, y a mi me duele como granizo. Y es tan absurda esta situación como este domingo por la tarde, que llueve lo que yo no soy capaz de llorar.

La chica de los gatos.

miércoles, 2 de abril de 2014

Noventa y dos.


No puedes hacerme esto: aparecer y desaparecer. Estoy preparada para estar sin ti de forma permanente, soy capaz de hacerme a la idea de tu ausencia y vivir con ello. Me da igual, de verdad, me da igual. Pero lo que no quiero es tenerte un instante y al siguiente no y al siguiente tampoco y al siguiente, tal vez, volver a tenerte. No me compensa, no me compensa. Si quieres quedarte, quédate, sabes que eres bienvenido; pero si vas a irte, vete ya y hazlo rápido e indoloro. Arráncate de golpe de mi. Quiero un contigo o un sin ti, pero no lo que hay en medio, no quiero tus restos ni tus pedazos ni las sobras de tu tiempo.

La chica de los gatos.

Noventa y uno.


Para algunas personas, de forma inexplicable, el amor se apaga. Para otras, el amor sencillamente se va. Si bien es cierto, por supuesto, que el amor también puede encontrarse, aunque sea solo por una noche. Sin embargo, existe otra clase e amor, el más cruel, aquel que prácticamente mata a sus víctimas. Se llama amor no correspondido. La mayoría de historias de amor hablan de personas que se enamoran entre sí, pero, ¿qué pasa con los demás? ¿Quién cuenta nuestra historia? La de aquellos que nos enamoramos solos, somos víctimas de una aventura unilateral, somos los malditos de los seres queridos, los seres no queridos, los heridos que se valen por si mismos, los discapacitados sin plaza de aparcamiento reservada. Sí, estáis viendo a una de estas personas...

La chica de los gatos.