viernes, 28 de marzo de 2014

Noventa.


Ya no sé lo que siento por ti, ni por mi. Me sorprendí rebuscando en la basura a las tantas de la mañana y mis ojos formaban ríos de desesperanza al ver que ya no estabas. Quizá la noria de la feria se haya terminado y no volvamos a estar arriba. Quizá esperé demasiado de ti, o fue el alcohol el que me dio las fuerzas de superman y ahora con la resaca me las arranca. Nunca aprendí a hacerlo bien, a ser alguien de provecho y he aprendido a estar tan bien sola que ahora no encuentro las llaves para dejarte entrar.

La chica de los gatos.

Ochenta y nueve.


No puedo llevarte cosido a mis labios por más tiempo. Porque aunque ya no dueles tanto, aun me escueces. Tus besos hace tiempo que dejaron de ser míos, cada vez más tiempo... Y yo me empeño en seguir guardándote los míos en una cajita roja, para que cuando vuelvas puedas tenerlos todos para ti solito. Pero lo que no veo es que tú ya no vas a volver, y que a este paso se me van a morir los besos de no usarlos.

La chica de los gatos.

Ochenta y ocho.


Besos, una tarde. Acelerar dos respiraciones, una noche.
Llover tu cuerpo sobre el edredón o cambiar el mundo, ya sabes. Hablar de más o de menos, o jugar a perdernos en la ciudad. Pero tú lo que no sabes es que ese amor, es de hoy te quiero y mañana no. No sabes vivir hoy, sin pensar en mañana, y el problema, es que es demasiado sencillo para lo complicado que eres. Hay que ser más emocional y menos racional.

La chica de los gatos.

Ochenta y siete.


Me importan los momentos que consiguen dejarme sin aire y las cosas que no puedo explicar aunque lo intente... 
Quienes son capaces de dejarme sin palabras, sin aliento, sin dudas.
Las emociones y los sentimientos que sean capaces de provocar incendios, diluvios o terremotos, que hagan que tiemblen las piernas.
Lo incomprensible, las historias largas, la magia sin trucos, las palabras adecuadas en el momento oportuno y un abrazo que deje a esas palabras en ridículo absoluto.
Los besos que cada vez cuesta mas acabar y la sonrisa que me das.

La chica de los gatos.

Ochenta y seis.


¿Por qué consigues atraparme siempre? ¿Cómo? No, enserio, explícamelo. Tú, chico de la lógica que se sostiene sobre los pilares de las matemáticas, explícame con números este sentimiento, cuéntame como se calcula. Uno y uno, ¿son dos? Explícamelo porque yo no lo entiendo, nunca se me dieron bien los números. Ni los hombres.

La chica de los gatos.

Ochenta y cinco.


Me apetece tumbarme sobre ti, besarte y permanecer así un rato, o toda la vida si pudiéramos. Intercalando besos y palabras. Y suspiros. Y silencios. Sintiéndote conmigo. Me apetece cogerte de las manos y jugar con ellas mientras te hablo y me río. O te hago reír a ti. Me apetece hacerte rabiar, que me llames "tontita". Y que luego sea yo la que te llame "tontito" a ti. Me apetece preguntarte cuánto me quieres, aunque me lo repitas continuamente. Y decirte que yo te quiero más. Me apetece chuparte y morderte. Ponerte nervioso. Tocarte. Hacer el amor y llenarme de ti. Bañarnos juntos y volverlo a hacer. Quiero abrazarte y pensar en ese momento, que nunca te soltaré. Ni que tú me soltarás. Porque siempre estaré abrazándote. Con mis palabras. O con mis brazos. Pero siempre cogida a ti. Para no dejarte escapar. Me apetece también escuchar tu corazón y acariciarte mientras cierro los ojos. Me apetece llorar de felicidad y que me seques las lágrimas cuidadosamente. Me apetece mirarte a los ojos y decirte que te amo. Me apeteces tú. Y cuando digo eso, también incluye todo lo anterior.

La chica de los gatos.

Ochenta y cuatro.


Yo que me pasé más de cien calles buscando en la basura unos labios que me dijeran "esta noche, quédate", acabé tropezándome contigo. Aquella noche no sólo te quedaste, sino que me enseñaste que jugar con lo prohibido hacía el mundo un poco más divertido. Y otra noche de quiéreme a escondidas y ¿capaz o incapaz?
Tan capaz de quedarte, como incapaz de largarte.
Y luego, esperar en silencio de lunes a jueves, con ganas de morderte, a que llegue otra vez el momento perfecto. El momento de darte un beso prohibido a media luz, con lluvia en las pestañas y electricidad en el corazón. Temblando, como si fuera la primera vez, como si fueras a largarte después... y no quisieras. Y yo confieso que no quiero más que eso, que te quedes una noche a la semana, un trocito compartido cuando dan las doce y las carrozas se conviertan en calabazas. Acabar bailando rock and roll en cualquier bar, hasta que me digas que muevo el culo con un swing que derrite hasta el hielo de las copas. Y el sol nos sorprenda jugando.
La curiosidad mató al gato, y mientras yo me imagino dando vueltas por tu ombligo, tú te conviertes en gato; y yo me obsesiono contigo, y mientras tú conmigo. Luego te vuelves caballero por momentos, intentando escapar de mis ojos, y lo niegas. Pero también esperas de nuevo el momento, el momento en el que te susurre al oído "esta noche, quédate". Y te quedes. Y otra vez, si tú dices venga, yo digo vale.

La chica de los gatos.

Ochenta y tres.


Verá, mi pequeña Amelie, usted no tiene los huesos de cristal, podrá soportar los golpes de la vida, si usted deja pasar esta oportunidad con el tiempo su corazón se irán haciendo seco y frágil como mi esqueleto. ¿A qué espera? Ande, vaya a por él.

La chica de los gatos.

Ochenta y dos.


Ámame a escondidas. Como dos gatos callejeros buscando refugio por las calles oscuras, calles oscuras por las que me pierdo y no me encuentro, ni te encuentro. Pero desde el bar de la esquina me llega tu voz, y entonces tiemblo, me acerco... y tú tienes prisa, me esquivas. Pero vamos a bebernos tú y yo el mundo y ya no hay excusas para que me muerdas el corazón, mientras haces que entre en calor esta habitación... Y ya mañana Madrid amanecerá y vendrá la culpa a meterse en la cama y a jugar con los arrepentimientos al escondite, y con tus manos enredadas en mi pelo hasta el infinito. Pero hazle trampas al sol, y que no salga hoy a joder nuestro mundo, y así, tal vez, podamos pasar desapercibidos hasta la noche siguiente.
Véndeme promesas, cuéntame mentiras, ámame a escondidas en cada esquina, pero que nadie lo sepa. Que yo sólo quiero un trocito de ti los jueves por la noche. Y si tú me dices venga, yo digo vale.

La chica de los gatos.

Ochenta y uno.


Miedo a que alguien te diga: "te he estado esperando toda la vida y ahora es otra la que está a tu lado", y sea yo esa otra, que para todos los espectadores sería la mala de la película. A que un día despiertes con mis costumbres encima, mi rutina debajo, mis manías rodeándote, y te asfixies de mí anhelando una vida que no supe darte. A que en la próxima cerveza sonrías a una inquieta desconocida y yo me quede en blanco pensando cómo volver a extraer de ti esa misma sonrisa. A que se queme un día el calendario y aceche tras él la fatiga de tus veinte años de promesas aún por cumplir. A que pienses que el pesimismo de estas palabras es un pronóstico de naufragio en vez de un achique de dudas que practico conmigo misma para que así jamás se hunda el barco. Y es que a los miedos, insisto y añado, hay que darles desorden y poesías, hay que atajarlos poniéndolos sobre la mesa, descifrarlos con palabras, asumirlos, y vivir cómo si ahí no estuvieran. Si miras en las cajoneras verás restos que escondí para que no los vieras. Me conoces, y sabes que es algo que llevo conmigo; sólo alguna vez, y muy de vez en cuando, los saco a relucir. Pero sólo alguna vez. Y sólo muy de vez en cuando.

La chica de los gatos.

jueves, 27 de marzo de 2014

Ochenta.


Y no, antes de que preguntes, no lo sé, no sé si te quiero, no sé si me gustas, no sé si sólo te deseo, no sé ni siquiera si podría estar enamorándome de ti... Sé que me miras y me pongo nerviosa, sé que me sonríes y sonrío yo, como una autómata, como si tu sonrisa arrastrara a la mía a través de un hilo invisible, sé que me gusta tu boca, sé que te abrazaría al menos 500 veces al día, sé que me alegro cuando sé que te voy a ver, sé que el día no es lo mismo si quedamos todos y tú no vienes, sé que pienso en ti a menudo, demasiado a menudo quizás, sé que me encantaría saber que piensas en mi... sé que cuando me preguntas "¿Qué tal?", te diría "bien, con ganas de ti...".

La chica de los gatos.

Setenta y nueve.


No, no digas nada. Yo hablaré. ¿Me has echado de menos? Porque yo a ti mucho. Eres un verdadero tirano, ¿sabes? Me cuesta estar enfadada contigo, pero esta te la guardo. No te hagas ilusiones. Me gustaría hablar pasando del juego... por una vez. ¿Te gusta mi vestido? Se lo he birlado a mi hermana. Tenía este u otro rojo tipo bomba nuclear o algo así... Debí ponerme ese.. lo sé. He debido pasarme más o menos tres horas frente al espejo. ¡Pero ha merecido la pena, estoy guapa! Y espero gustarte si no te meto un tortazo. ¡Espera! Shhh... ¿Por dónde iba...? El problema es que si me dijeras "me encantas", no podría creérmelo. Ya no sé cuando es un juego y cuando es verdad. Estoy perdida. ¡Espera, espera! No he terminado. Dime que me quieres. Dímelo, porque yo jamás me atreveré a decírtelo primero. Me daría miedo que pensaras que es un juego. Sálvame, te lo suplico.

La chica de los gatos.

Setenta y ocho.


Me gusta más Guardiola que Mou por el gran ejemplo que da con el respeto al luso. Para Pepe el éxito y el fracaso es siempre cosa de uno mismo. De este modo tomamos consciencia del poder que cada uno tenemos para dirigir nuestras vidas y aprendemos que no son las conspiraciones del resto las que nos llevan a fracasar. Su mensaje pasa por entender que cada uno depende de si mismo, porque depender de otros consiste en esperar sentado a que te llegue lo que deseas en lugar de ir a buscarlo. Esperar es mala idea porque no suele llegar lo deseado y porque vives con la creencia de que el mundo te debe algo. Esperar es mala idea porque no suele llegar lo deseado y porque vives con la creencia de que el mundo te debe algo. Si alguien te debe algo, eres tú. Esa es la diferencia entre un hombre y un niño, ser consciente de lo que somos capaces de hacer sin depender de, sin esperar a, sin dejar nuestro destino en manos de otros. Ahí está el error: en esperar que las decisiones de árbitros, amigos o parejas llenen el hueco que debemos llenar.

La chica de los gatos.

Setenta y siete.


¿Sabes? Aunque te parezca increíble, tú y yo estamos aquí, compuestos de cientos de átomos, sentados sobre este planeta con un núcleo de hierro líquido sujetos por una fuerza llamada gravedad, mientras damos vueltas al Sol a ciento siete mil kilómetros por hora y atravesando la vía láctea a novecientos cincuenta mil kilómetros por hora en un universo que podría estar persiguiendo su propia cola a la velocidad de la luz.
Y en medio de esa actividad frenética, conscientes de nuestra desaparición, que es un modo elegante de decir que todos vamos a morir, nos buscamos, los unos a los otros...
¿No es extraño? ¿No es raro?

La chica de los gatos.

viernes, 14 de marzo de 2014

Setenta y seis.


Intento pensar, más de lo que ya hago cada día. Miedo, ímpetu, ganas, nostalgia...
No sabría resumir todo en una palabra. Dije aburrimiento y dije adiós, y siempre Murphy entra en juego poniéndome un obstáculo.
Lujuria, sé que la obsesión muchas veces puede conmigo. También sé que es algo de lo que no me debo preocupar porque no profundiza y con un soplo de tiempo y distancia llega el olvido.
Aun así, todavía tengo que esperar a que llegue ese momento...
Locura, puede ser que me defina ya que de una forma o de otra siempre termino en ella. Siempre hay formas de parar, evitar, pasar por alto... desde luego yo las desconozco, o algo menos actúo como si así fuese.
Pero la verdad es lo que busco. Con todas mis ganas, hasta que me cuesta salir...
Y lo encuentro.
Y sinceramente no me arrepiento, ¿no decían que había que aprovechar cada momento, viviéndolo como si quisiésemos que éste se repitiese para siempre?
Sé que no es un caso especial, no se sale de las pautas de nada, pero el momento en el que entramos en juego, es el momento que me hizo volver a caer.
No me apetece desperdiciar el tiempo, porque no estoy en condiciones de hacerlo, sólo espero que al cerrar la puerta... eches de menos algo que por un momento tuviste.
¿Predecible?
Quizás...

La chica de los gatos.

Setenta y cinco.


Es como si llegaras al mundo con una caja de lápices. 
Tu caja puede ser de 8 o de 16, pero lo que importa es lo que haces con los colores que te dan.
No debe importar si coloreas fuera o dentro de las líneas. Colorea fuera de la página, que no te limiten.

La chica de los gatos.

Setenta y cuatro.


No consigo entender el porque de tus acciones. ¿Por qué lo haces? Me da muchísima rabia que creas que puedes jugar así, de esta manera, conmigo. Sabes de sobra que no te servirá de nada, soy fuerte y puedo contigo.

La chica de los gatos.

Setenta y tres.


El amor (del latín, amor, -öris) es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres, definido de diversas formas según las diferentes ideologías y puntos de vista.
Habitualmente se interpreta como un sentimiento, relacionado con el afecto y el apego, y resultante y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes. Con frecuencia el término se asocia con el amor romántico. Su diversidad de usos y significados, combinada con la complejidad del sentimiento implicado en cada caso, hace que el amor sea especialmente difícil de definir de un modo consistente.
Las emociones asociadas al amor pueden ser exactamente poderosas, llegando con frecuencia a ser irresistibles. Con todo, el amor interpersonal se considera sano o "verdadero" cuando es constructivo para la personalidad, para lo cual es indispensable tener una buena autoestima.

La chica de los gatos.

Setenta y dos.


En 1876 Alexander Graham Bell inventa el teléfono y con él la posibilidad de poner en contacto largas distancias. Desde ese momento los esfuerzos del hombre se han concentrado en hacer que esa conexión sea cada vez más inmediata. París, Londres, Hong Kong, se estrechan en milésimas de segundo gracias a la fibra óptica, Internet, las videoconferencias, que nos permiten estar simultáneamente conectados en cualquier lugar del mundo por cables invisibles, de la misma manera que las estrellas están conectadas por líneas imaginarias que formas constelaciones. 
Pero por encima de todas ellas, sobrevolando el tiempo y el espacio, están los cordones umbilicales que nos unen a las personas que amamos, como cordones de plata transparentes que pertenecen solamente al reino de lo extrasensorial. Que hacen que algo se revuelva en nosotros cuando sufren o cuando se alegran, como un palpito, un escalofrío en la piel... Y que nos llevan a hacer cosas maravillosas o terribles simplemente porque estamos conectados...

La chica de los gatos.

Setenta y uno.


A veces quisiera volver el tiempo atrás para volver a vivir... Se que eso es imposible por eso me aferro a los recuerdos, porque cada día existe algo que me recuerda aquellos momentos, como una palabra o frase que solías decir, alguna canción de tu grupo favorito o cualquier gilipollez tuya y se que debo seguir adelante y construir mi futuro, debo seguir mi camino así como tu lo haces, debo de ser feliz aunque mi mirada diga lo contrario...

La chica de los gatos.

Setenta.


Un simple abrazo nos enternece el corazón; nos da la bienvenida y nos hace más llevadera la vida.
Un abrazo es una forma de compartir alegrías, así como también los momentos tristes que se nos presentan. Es tan sólo una manera de decir a nuestros amigos que los queremos y que nos preocupamos uno por el otro, porque los abrazos fueron hechos para darlos a quienes queremos.
El abrazo es algo grandioso. Es la manera perfecta para demostrar el amor que sentimos cuando no conseguimos la palabra justa. Es maravilloso porque tan solo un abrazo dado con mucho cariño, hace sentir bien a quien se lo damos, sin importar el lugar ni el idioma porque siempre es entendido. 

La chica de los gatos.

jueves, 13 de marzo de 2014

Sesenta y nueve.


Los secretos que yo conozco gritan a voces. Son secretos que puedes oír aún estando sordo, secretos plasmados en mi semblante, de día y de noche y viceversa, de pequeñas heridas, de grandes cicatrices. Son puntos y comas de mi pequeña historia, de una vida, la mía, que cobra sentido al cruzarse con otra vida, la tuya. Son secretos imperceptibles al oído del vulgar, del cotidiano, pero perfectamente escuchables al abrigo de los bares, de las melodías tristes, de noches de luna y sin luna. De los ojos verdes que tan bien conozco, de los caminos que anduve.
Pero cuidado, no los grites, nadie te entenderá. Son como la locura, todos la ven, la oyen, pero nadie la entiende.
Son mis secretos, al fin y al cabo.

La chica de los gatos.

lunes, 10 de marzo de 2014

Sesenta y ocho.


Me da vertigo el punto muerto y la marcha atrás, vivir en los atascos, los frenos automáticos y el olor a gasolina. Me angustia el cruce de miradas, la doble dirección de las palabras y el obsceno guiñar de los semáforos. Me arruinan las prisas y las faltas de estilo, el paso obligatorio, las tardes de domingo y hasta la línea recta. Me enervan los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales sobre los de cualquiera. Me cansa tanto tráfico y tanto sinsentido. 
Me quedo parada frente al mar mientras el mundo gira.

La chica de los gatos.

Sesenta y siete.


Me había inventado un mundo. Un mundo donde no existía ni la falsedad ni la mentira. Un mundo donde sólo se regalan besos y abrazos. Un mundo de cristal. Pero al despertarme me he dado cuenta de que el mundo es esto nada más... un ir y venir de caminos. Un ir y venir de personas, de esas que dejan vacío al irse y de las que meses después ya ni te acuerdas. Y que, al fin y al cabo, tienes que abrazarte y besar aquellos que te apetezca, nada más.

La chica de los gatos.

Sesenta y seis.


Va de locos. Y entre la gente, tú. Y tu suspicacia. Más que nunca. Yo entre el riesgo y la rendición, y tú en tu aparente indiferencia. Siempre hay un poco de locura en la indiferencia, y más en una persona como tú. También indiferencia en la locura, aunque me cueste para seducirle.
Ahora que te conozco un poco más, te diré que sé como huele tu almohada, que sé que te encanto, y que te morirías por besarme otra vez, aunque fuera de nuevo a destiempo. Una noche de viernes sin sentido, por ejemplo. Pero esta vez, te besaría mil veces más. Y tú, me llevarías al fin del mundo. O quién sabe, a lo mejor es la última vez que cruzo tu puerta. Y mañana ni te acuerdas. Aunque no nos engañemos, si estás leyendo esto, es porque estás pensando en mi. 

La chica de los gatos.

jueves, 6 de marzo de 2014

Sesenta y cinco.


Me gusta la espuma del mar, me gustan las galletas Oreo, me gusta dormir, me gusta el cielo, me gusta sentir calor cuando me da el sol en la cara, me gusta el sonido de las olas, me gusta cantar en la ducha, bueno... Me encanta cantar en la ducha.
Me gustan las caricias que me quiten el pelo de la cara, me gustan las sonrisas y las horas interminables hablando.
Me gusta romper el papel por las líneas de puntos, chupar el Colacao que se queda pegado en la cuchara. Me gusta acercar la cara a los ventiladores y gritar, me encanta gritar y sentirme libre.
Me gusta explotar burbujas, me gusta reír, me gusta el color gris, el azul, el negro, el amarillo y el violeta, me gustan todos los colores. Me gusta coger la nata con el dedo y ponérsela a alguien en la nariz. Me gusta la gente que escribe en cualquier sitio, en servilletas, cuadernos, manos, paredes... Me encanta leer, y salir de mi realidad durante muchas horas. Me gustan los cuentos, los que acaban bien y también los que no.
Me gustan los corazones dibujados en los árboles, me gusta el olor a gasolina, a nuevo y a papel. Me gusta el olor de las personas y también el recuerdo que ese olor me trae. Me gusta el olor a lluvia, a café recién hecho y a tostadas.
Me gusta la gente que se besa por la calle, me gustan los atardeceres y ver amanecer.
Me gustan los lazos, los zapatos de tacón y las gafas de sol...
También abrir un libro y ver fotografías viejas o entradas de cine. Me gustan las cosas pequeñas y los detalles. No me gustan las marcas, pero si las señales. Me gusta ser niña y adulta a la vez. No me gusta crecer, ni tomar decisiones pero me gusta vivir, aunque a veces diga que no. Me gustan mis ojos, pero odio mi nariz. Me gusta abrazar, y que me abracen. Y el frío, me encanta el frío. Me encanta el silencio y la música. Me gusta lo moderno.
Me gustan las noches, ver la luna desde el balcón y las películas de amor. Pero lo que mas me gusta y nunca lo podré negar es lo bien que me siento cuando tengo un día de resaca, porque por mala que sea, si la tienes, es porque te lo has pasado tan bien que hasta el cuerpo lo ha notado.

La chica de los gatos.

Sesenta y cuatro.


No tengo ganas de seguir pero tampoco tengo ganas de parar, tendría que pensar que me esta pasando pero es que estoy cansada de pensar. Podría quedarme durmiendo todo el día o podría también tratar de encontrare, podría dejarle mi destino a la suerte y es probable que me vista y salga a buscarte. Vengo apostando todo lo que tengo a un caballo que nunca gana. Voy a tener que dejar este juego o cambiar de caballo mañana. Es que tengo que dejar de pensar en ti pero tengo también ganas de verte, voy a desconectarme por un rato y dejar que a mi destino lo maneje la suerte...

La chica de los gatos.

martes, 4 de marzo de 2014

Sesenta y tres.


Hay momentos en la vida, en que una sola decisión, en un solo instante, cambia irremediablemente el curso de las cosas. Cuando decides disparar a alguien, cuando decides quererlo o no quererlo, cuando decides mentir, traicionar, ocultar o cruzar la línea... Esa décima de segundo podrá hacer girar todo al lado oscuro o inundarlo de luz. Podrá hacer de ti un héroe, o un criminal. Podrá llevarte al cielo o al infierno, pero siempre será un lugar desde el cual no podrás volver atrás.

La chica de los gatos.

Sesenta y dos.


-Ven conmigo.
-¿A dónde?
-A ninguna parte. ¿Qué importa?
-...
-Lejos, muy lejos, donde ni esto ni nada importe.
-No sé...
-Donde pueda olvidarme de que existen los problemas. Donde sólo estemos tú y yo. Nosotros. Y la brisa del fin del mundo acariciándonos los labios.
-Llévame contigo.
-¿A dónde?
-Al fin del mundo.

La chica de los gatos.

Sesenta y uno.


-Te echaba de menos.
-Lo sé. Por eso me abrazas tan fuerte.
-Es para que no te vuelvas a escapar.
-Sabes que lo volveré a hacer. No soporto la sensación de las ataduras.
-Yo no soporto que te vayas.
-También lo sé. Pero si no me fuese, luego no me abrazarías tan fuerte.
-¿Y? Así no te sentirías tan...
-¡Calla! Y abrázame bien fuerte. Adoro estos momentos.
-Pues no vuelvas a irte...
-Si no me fuese, ya no me abrazarías así al volver a verme.

La chica de los gatos.

Sesenta.


Tengo una tía que cuando te sirve cualquier cosa te dice "dime cuándo". Mi tía decía dime cuándo... y nosotros no lo decíamos; no decíamos cuando porque siempre existe la posibilidad de que haya más, más tequila, más amor... más de lo que sea... a veces más es mejor.
Hay mucho que decir sobre el vaso medio lleno, sobre saber decir cuándo... Creo que es una línea borrosa, un barómetro de necesidad y deseo; depende por completo del individuo y depende de lo que te estén sirviendo.
A veces solo queremos probarlo, otras veces no hay suficiente... el vaso no tiene fondo y lo único que queremos es más...

La chica de los gatos.