miércoles, 11 de diciembre de 2013

Trescientos cuarenta y cuatro.


Llegó a saturarme la idea de haber visto morir al amor tantas veces. Lo bonito del principio, la intensidad casi absurda de cada minuto cuando nada tiene cimientos y cualquiera de los dos podría huir al siguiente momento. Me llenaron o, mejor dicho, me dejé llenar los oídos de "te quieros", cambié de compañía a cada cambio de sábanas, zapatos rojos para besos de sábado, con el único resultado de lágrimas negras... Cuántas veces empecé de cero, cuántos nombres taché de la lista, borrón tras borrón, las pocas iniciales que recuerdo...
Nunca he estado sola, entre historias nunca han pasado las semanas necesarias para reconstruir lo deshecho, y así ha ido todo. Rezaba por sentir aunque fuera angustia, pero sentirme viva. Notar que me hervía la sangre, que no sólo respiraba, que viviría cosas que mereciera la pena escribir como cartas al "yo" futuro. Y escribí. Compulsivamente. Cada detalle, cada palabra barata que me calaba hasta los huesos, cada frase después de un polvo. Podría hacer una colección, escribir un libro, una enciclopedia de cínicos. No puedo culpar a nadie, la primera equivocada soy yo. Yo, que siempre me he guiado por impulsos. Ellos, que llegaron a llamarme fría, ignorantes de que el hielo también quema. Mañanas de persianas bajadas tras noches de fiesta que se eternizaban, que se nos iban de las manos. Coches, camas, bares, terrazas, encimeras, pisos... Y empiezo a creer que no, que no he visto morir al amor tantas veces. Porque quizá no lo vi nacer, me obligué a creer, me forcé a sentir. No siempre. 
Y ahora está él, al mismo nivel de batallas que esta cabeza morena. Él, ojos negros y sonrisa de loco, lector de propaganda, paciente en mi portal, cantante entre luces y humo de colores, músico sin instrumentos, buscador de tesoros, explorador de mis recovecos, actor porno, vividor de lo surrealista, máquina expendedora de carcajadas las 24 horas, bufanda y cinturón si me rodean sus brazos, domador de leona, freno de mis tacones cuando llevo más alcohol que sangre en las venas, campeón de billares, ajedrez, abrazos y provocaciones. Susurrador experto y, por encima de todo, mi vista favorita de la ciudad.

La chica de los gatos.

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