jueves, 26 de diciembre de 2013

Trescientos cincuenta y nueve.


Le dejó porque, aunque su aroma le quitaba el sueño, aunque sus noches eran mágicas, aunque se prometieron amor eterno, no supo ser sólo suya. Porque cualquiera, y siempre peor que él, era capaz de bajarle los pantalones. Y asustada, lloraba desconsolada porque creía que era incapaz de amar a nadie. Porque ella se creía enamorada, pero no comprendía entonces por qué cuando un hombre lo miraba, él olvidaba los besos de su amor, y se dejaba llevar por otras manos, y bailaba sintiéndose deseada, insultantemente atractiva, desafiante, y camaleónica. Pero al despertar ella siente la llamada de su amor, siente a su corazón en vilo por verle, por abrazarle, por hacerle el amor. Y lo mira y se da cuenta que no puede dejarla, porque lo ama con locura. Y no entiende por qué, si tanto lo ama, si el corazón le palpita acelerado si se imagina la vida sin él, no entiende entonces por qué no se niega a acostarse con otros que deambulan la noche esperando a mujeres dispuestas, como ella, a dejarse amar sin desayuno
Y es que ella no lo sabe, pero no lo ama. No lo ama porque cuando amas a alguien no entregas tu amor a otro porque tu cuerpo no lo concibe. Porque cuando estás rebozándote en la sábana con alguien, le estás amando, aunque sea tan sólo en ese momento. Pero ella sentía un vacío terrible sin él. Y gritaba al mundo que lo amaba, antes y después de acostarse con cualquiera, ella proclamaba su amor eterno para él. Pero yo sé que no lo amaba. Porque cuando amas a alguien el tiempo se escurre cuando estás con esa persona, la noche es larga y fría si no te abraza y tu cuerpo, víctima de la embriaguez del amor, rechaza todo cuánto no son sus manos.
Ella amaba el calor de su cuerpo en el colchón. No sus besos en la madrugada. Ella amaba el café con leche que cada mañana le preparaba, las cenas con velas, las cartas de amor, las navidades compartidas y un futuro resuelto cargado de amor.
Ella odia ahora el vacío en su cama, los domingos por la tarde, los atardeceres solitarios. Y sigue buscando a alguien que se parezca a él, pero que haga suyo su cuerpo, que su recuerdo perdure en la noche en la que él está ausente. Porque si amas a alguien tus ojos, tu piel, tus sueños le pertenecen, sin que puedas evitarlo, sin remedio, sin cura.
Si amas a alguien no hay excusas, ni noches, ni copas de más. No hay tentación suficiente.

La chica de los gatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario