viernes, 24 de mayo de 2013

Ciento cuarenta y cuatro.


Aquella mañana no éramos chicos de café, sino de colacao... y nos apetecían muchísimo tostadas de ciruela. Yo bailaba de la despensa a la nevera, y tú me mirabas con aires de domingo desde tu taburete, me dabas una palmadita en el culo cada vez que estaba a tu alcance y bostezabas. Mientras metía las tazas en el microondas me dio por tararear alguna de Maga... fiel a nuestros conciertos de andar por casa me acompañaste a la percusión con un par de cucharillas de postre.
Nunca entenderé como te puede excitar tanto mi pijama de pingüinos, ni mi look de mañana despeinado y ojeroso... pero me dejé querer, y me quisiste encima de la mesa mientras se nos quemaban las tostadas. Me besaste los labios secos, y los párpados... me desnudaste con cariño a cámara lenta y comenzaste a meterme los dedos. Desayunaste de mi tripa y mis gemidos, de mis palpitaciones y mis piernas apoyadas en tus hombros. Yo te desayuné del lóbulo de tu oreja, de tus embestidas y de tu lengua imantada a mi cuello. Me dejé querer, y me quisiste... aquella mañana no éramos chicos de colacao, sino de orgasmos.

La chica de los gatos.

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