viernes, 1 de febrero de 2013

Veintiocho.


Y es que puedo decir que a mis casi 18 años ya he conocido muchos tipos de amor...
El primer amor, ese chico un curso más mayor que tanto te gustaba de pequeña y observabas de lejos en el recreo hasta que un día te armaste de valor y decidiste por fin comenzar a hablarle. El mismo que te robó tu primer beso, y por ello, también, un trocito de tu corazón... También aquel amor imposible que aunque nunca llegó a comenzar, te marcó y te marcará toda tu vida, sin poder dejar de preguntarte nunca que hubiera pasado.
Todos esos amores baratos de un rato, que duran tanto como un beso. El amor platónico, el de toda la vida. Y también ese amor incondicional, el de tu madre entrando por la noche a la habitación para abrazarte, intentando calmar tu angustia, pretendiendo que dejes de llorar o simplemente llorando contigo. El mismo amor que llega en el abrazo de esa gran amiga, cuando estabas totalmente destrozada...
Destrozada por otro amor, un amor grande, sincero, más maduro. Ese amor en el que creías, y pensabas con todas tus fuerzas que sería el verdadero, el definitivo. El que hizo que todos tus amores anteriores fueran simples caprichos, y los apartó a un segundo plano. Un amor tan intenso y bonito como frágil y doloroso. Sí, os hablo de ese tipo de amor, el que es capaz de subirte al cielo, pero que luego te suelta de golpe desde lo más alto... El mismo amor por el que se nos quitan las ganas de volver a amar.

La chica de los gatos.

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