sábado, 2 de febrero de 2013

Veintinueve.


Y se acabó. Y a mi nadie vino a preguntarme si quería que se acabase. Nadie me avisó de que hubiera esa posibilidad. Fue así, de repente, sin tiempo para asimilarlo, sin casi darme cuenta, sin ser consciente... Se acabó sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo. Se apagó la chispa. Esa chispa que un día hubiera podido hacer arder todo un mundo. Esa chispa que alumbraba la plena oscuridad del mundo. Esa chispa capaz de hacernos vibrar, temblar, fundirnos en uno...
Desapareció. Sin previo aviso. Se esfumó. Y nunca imaginé que algo así pudiera pasar, que el más grande de los fuegos pudiera consumirse. Pero nos consumimos como dos putas velas, hasta llegar si quiera a poder darnos calor... Y qué frío era todo... Y es que esa puta chispa desobediente que llaman amor, aparece entre dos personas a la misma velocidad a la que se va... Y es tan sigilosa, que cuando nos queremos dar cuenta, nos vemos haciendo el boca a boca a sentimientos que hace tiempo que se han quedado atrás.
Y vi que era demasiado tarde, esa chispa que tanto tiempo encendió mi felicidad, ya no estaba. Todo se había quedado a oscuras. Y como me hubiera gustado haberla mimado, con mucho cariño, y haber tirado un montón de besos cada día al fuego para que no hubiera dejado de arder jamás. Pero al no cuidarla se fue, y era inevitable que tu también lo hicieras. Y así fue. Sucedió todo tan rápido que casi no me di cuenta. Pero ahora lo noto, lo siento. Me siento como esa vela consumida, que por las noches a oscuras, se muere de frío, por más que intente encontrar tu calor en otros brazos...

La chica de los gatos.

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