jueves, 7 de febrero de 2013

Treinta y cuatro.


Si alguien me hubiera dicho que iba a sentir esto por ti... me lo habría creído. Siempre me pasa igual, siempre caigo, siempre me enamoro hasta las trancas, sufro, paso de todo y llega otro. Pero eso no te hace menos especial. Eso no hace que te odie menos cuando tienes ese hijoputismo en el que te da por pasar de todo, incluido tú... incluida yo. Tampoco hace que piense menos en ti por las noches. Te sueño y te imagino. Imagino como me recoges en la estación, lo que nos decimos, las primeras vergüenzas, las primeras miradas de deseos, nuestras vaciladas, llagar a tu casa y comernos, poco a poco, porque no hay prisa...
Jugar piel con piel, luego terminar con una sonrisa de satisfacción, luego reírnos de nuestras tonterías y ocurrencias tan instantáneas como absurdas y luego comernos una y otra vez, bebernos, lo que sea pero contigo, juntos. ¿Sabes qué es lo único que no soy capaz de imaginar? La despedida. No soy capaz de imaginar qué te digo cuando me voy, o qué me dices, en que quedamos, si es que quedamos en algo, claro... Pero bueno, es lógico soñar despierta solo con las cosas bonitas, ¿no?

La chica de los gatos.

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