jueves, 14 de febrero de 2013

Treinta y seis.


Se nos iba la vida soñando. No dejo de escuchar en mi mente a Quique diciendo que la vida te lleva por caminos raros. O aquello que oí por la calle esta semana, "si pretendes creer en los verdaderos sentimientos, te quedarás solo". Pasé de largo y avivé la mirada, sonreí. Quizá como venganza al sentirme ofendida. Caminé más rápido para no pensar. Ya soy capaz de controlar el movimiento de los coches. Y el frío otoñal todavía no me preocupa. Pero no es fácil librarse de los pensamientos. Así que comencé a conversar conmigo misma y me pregunté si busco algo que no existe.
Al fin fui consciente de que todo eso me mantenía libre de otras preocupaciones. Como por ejemplo que todavía me sigue dando terror hablar en público. Que sigo callándome más cosas, y eso no es habitual en mí. Que los cambios siguen alterándome. Que hace mucho tiempo que no leo un buen libro. O que echo de menos ir a la biblioteca sin ánimo de estudiar, leer libros de poesía en la sala de música o buscar vinilos y perder el tiempo. Echo mucho de menos perder el tiempo aún más de lo que ya suele perderse él. Porque lo hace constantemente. Eso también me mata. Quedarme petrificada en cualquier sitio, con una tristeza inmensa por recuerdos que ni siquiera tengo. Por recuerdos que veo en otras personas. Y es que estoy cansada de soñar tejados mientras bailamos...

La chica de los gatos.

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