lunes, 17 de junio de 2013

Ciento sesenta y siete.


Después de un polvo más guarro que largo, ya nadie agarra la guitarra, ni susurra al oído palabras gastadas de amor. Se vestía deprisa, encendía un cigarro, me miraba a través del espejo del baño... A cuántos tienes que herir antes de admitir que la única voz que quieres escuchar, después de mezclar el sexo con amor, está a nueve paradas de metro, ni lo sé, ni me importa hoy. Como en la canción, me pregunto donde estarás esta noche. Aquí no.
Cuando después de sudar ya no se habla de las ciudades que quieres asaltar con seis cuerdas como único equipaje. Abrir los ojos después de un orgasmo que no llega y recordarlo diciendo con un par de huevos, "si tú saltas yo salto", y ninguno de los dos saltó.
Como dice Sabina, la adrenalina en camas separadas, es lo peor del amor cuando termina. Me vuelvo loca entre este millón de canciones que explotan en mi cabeza. Reproches y rencor. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú... Y a veces aún suena Dylan rompiendo el silencio de la noche y una armónica me estruja el corazón. Y me acuerdo de ti. Por mucho que algo te duela, a veces, dejarlo, duele aún más.

La chica de los gatos.

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