Decidó dejarme la inocencia en casa, y guardar las poses para otro día. Por un día no quise pedir nada al cielo, porque ya tenía mis manos para construir la vida. Quise no ser para nadie más que para mi misma, y ser la única que viese mi reflejo en el espejo. Me apeteció disfrutar de mi idiotez y no regalar más de lo que me apetece...
Ya no hay ganas de hacer lo de siempre, porque lo de siempre ha perdido el encanto. Podría seguir saliendo de casa con la venda en los ojos y actuar como si todo siguiese igual, pero la hipocresía nunca ha sido lo mío. Así que prefiero llevar mi vida como realmente me apetece y hacer caso omiso a los reclamos de la gente que necesita mi presencia para que su mundo no se derrumbe, para que todo siga como antes, para que el equilibrio este ahí. El equilibrio es imposible.
La chica de los gatos.
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