lunes, 17 de junio de 2013

Ciento sesenta y ocho.


No siento dolor, tampoco rabia, ni odio, ni resentimiento... Es curioso porque esos tres sentimientos me han acompañado desde que era una niña. Engendrados por las palizas de mi padre, la indiferencia de mi madre... Borré de mi interior cualquier rastro de humanidad, me convertí en una fiera. Perseguí con ansia el poder y recorrí de su mano un camino de muerte y sufrimiento. Las mujeres me temían, los hombres se metían entre las sábanas de mi cama. Poder, riqueza, fama, conseguí todo lo que había deseado y sin embargo, me sentía muerta. Sí, estaba muerta...
Para darme cuenta bastó solo una mirada, una mirada que giró mi vida 180 grados... Él me miró de una forma diferente, vio que dentro de la fiera todavía existía un poquito de humanidad y me trajo de nuevo a la vida. Me dio el cariño que siempre había necesitado, fue mi razón para vivir, para dejarlo todo atrás... y querer empezar de nuevo
Me arrepiento de muchas cosas, pero no cambiaría por nada del mundo un último amanecer al lado suyo... Si este es el precio que debo pagar por haberlo amado, no hay nada en toda mi vida que me haya salido más barato. No siento dolor, solo quiero quedarme así, para siempre, en sus brazos.

La chica de los gatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario