lunes, 3 de junio de 2013

Ciento cincuenta y cuatro.


En el bar de la esquina sonaba Frágiles de Pereza. La hija de la vecina del quinto embadurnaba de pasta de dientes su cepillo del pelo, para limpiarle los dientes a su amigo el gigante. La rubia de la farmacia retorcía entre los dedos un mechón de pelo mientras reía sin parar las gracias del chico que descargaba el material, todas las semanas igual. Y nosotros estábamos sentados en un banco del parque. Fue justo en ese momento, lo recuerdo a la perfección, las 11:47 de la mañana de aquel bonito día de Septiembre. Tú dijiste alguna de esas tonterías que sabes que me encantan y entonces lo entendí, fue entonces cuando me di cuenta de que no podía haber sido más estúpida al afirmar que no existía el amor.

La chica de los gatos.

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