jueves, 11 de abril de 2013

Ciento uno.


Adoraba la velocidad... pero a la hora de hacerme el amor, lo hacía despacio. Miraba desafiante las manecillas del reloj, entonces el tiempo obediente abandonaba su carrera. Atrapaba el movimiento entre sus manos, sonreía y ponía "Relax" en el reproductor. Yo sentía como una ráfaga de aire templado, que te entreabre los labios y te obliga a respirar... Mi torpeza se agigantaba a su lado, mientras se deslizaba por mi espalda, como si fuera agua... Yo intentaba anudar los escalofríos a mis muñecas, conservar al menos una caricia en mi nuca, secuestrar ese placer de por vida... "Que esto no acabe nunca", las palabras me arañaban la garganta al escupirlas. Tan solo unos segundos de vida: desaparecían al tocar apenas las paredes de la habitación, como si fueran pompas de jabón. 
Creo que él nunca alcanzó a comprenderlas antes de que murieran... Se limitaba a soltar una risita irónica, como si le resultara una tontería, como si fuera irracional lo que le decía. Las canciones se sucedían una detrás de otra, y con ellas los besos, los mordiscos, sus orgasmos... Se dejaba caer lentamente, acostado encima de mi. El pelo castaño enredado, apretaba los párpados y se mordía los labios. Éramos la mayor expresión de amor, la más grande... Tenía el universo cogido por la cintura, y todos los colores del mundo a punto de explotar contra aquel colchón. Sonaba "Audrey". Temblaron los cimientos... fue la última vez que gritamos juntos. Debí morir en ese momento.
No, nunca llegó a comprenderlo.

La chica de los gatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario