Uno que se va, otro que vuelve. Uno que aparece, otro que no se llegó a ir. Da igual cuántos se marchen enfadados, siempre volverá uno dispuesto a deshacerte la cama y a abrazarte mientras duermes. No puedes quedarte mirando en la dirección de que se marcha, tienes que mirar en dirección del que va a llegar.
Puede que te deje de gustar que te coman la oreja y te empiece a gustar que te besen el cuello. Son esos cambios que llegan cuando no quieres que cambie nada los que en realidad marcan lo que es vivir y lo que no. Porque no vamos a engañarnos, somos los unos los que tenemos que cuidar de los otros. Darle un jersey al que tenga frío, un pantalón al que se haya quedado en ropa interior. Hay que abrazar para despedirse...
Luego te tumbas en la cama y los olores son los mismos y ya no hay nadie que te acaricie el pelo sin dejarte dormir. Hay gente que duele que se marche sin decir adiós, pero se compensa con esos que llegan sin avisar. Los que hablan contigo y te insultan un poco, y te enseñan que callado tienes más encanto. Esos que te agarran el cuello cuando te dan dos besos.
La chica de los gatos.
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