jueves, 25 de abril de 2013

Ciento quince.


Te engañé. Anoche, cuando te sentaste a mi lado en la cama, no estaba dormida. Llevo haciendo esto mucho tiempo. Sé que a las doce y trece minutos exactos estás buscando las llaves en tus bolsillos para abrir el portar, a no ser que te retrases (no suele pasar, pero por si acaso echo un vistazo por la ventana para tenerlo todo bajo control). Entonces apago todas las luces de la casa, me meto en la cama, me hago un ovillo y cierro los ojos. Me pongo nerviosa pensando que ya estarás en el ascensor, y noto como me tiemblan los párpados poniendo en grave peligro mi plan. Luego oigo la cerradura, la puerta cerrándose con cuidado, después tus pasos hacia la cocina, tu garganta acabando con todo el zumo de melocotón de la nevera, otra vez tus pasos cada vez más cerca. Y ahí estás, entrando en la habitación... siempre lo haces despacio para no "despertarme", y siempre tropiezas con la cómoda, rompiendo el silencio... pero te tranquilizo con algún ronquido fingido mientras lucho contra mi risa, que quiere estallar de un momento a otro.
Es el momento más feliz del día, cuando te sientas a mi lado en la cama, me acaricias las mejillas y acumulas para mi toda la ternura del mundo dándome un beso en la nariz. Todas las noches tengo mi beso de buenas noches, mi te quiero y nuestros orgasmos. Porque sí, me acuesto en el centro de la cama para que tengas que moverme un poco, me "despiertes" sin querer, y ya tenga una excusa para que nos comamos.
Ya sabes que te lo cuento porque no aguanto tener secretos, pero hazme un favor y finge que te lo sigues creyendo... sigue mimándome como si estuviera dormida cada noche al llegar a casa.

La chica de los gatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario