Miedo a que alguien te diga: "te he estado esperando toda la vida y ahora es otra la que está a tu lado", y sea yo esa otra, que para todos los espectadores sería la mala de la película. A que un día despiertes con mis costumbres encima, mi rutina debajo, mis manías rodeándote, y te asfixies de mí anhelando una vida que no supe darte. A que en la próxima cerveza sonrías a una inquieta desconocida y yo me quede en blanco pensando cómo volver a extraer de ti esa misma sonrisa. A que se queme un día el calendario y aceche tras él la fatiga de tus veinte años de promesas aún por cumplir. A que pienses que el pesimismo de estas palabras es un pronóstico de naufragio en vez de un achique de dudas que practico conmigo misma para que así jamás se hunda el barco. Y es que a los miedos, insisto y añado, hay que darles desorden y poesías, hay que atajarlos poniéndolos sobre la mesa, descifrarlos con palabras, asumirlos, y vivir cómo si ahí no estuvieran. Si miras en las cajoneras verás restos que escondí para que no los vieras. Me conoces, y sabes que es algo que llevo conmigo; sólo alguna vez, y muy de vez en cuando, los saco a relucir. Pero sólo alguna vez. Y sólo muy de vez en cuando.
La chica de los gatos.
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