martes, 24 de septiembre de 2013

Doscientos sesenta y siete.


Cuando él se fue, Nené aparentó normalidad, y se quedó sentada en el suelo de la cocina con sus puzzles de mi piezas, como era habitual. A veces iba a visitarle con un batido de coco muy rico que hacían en la cafetería de la esquina y que a ella normalmente le ponía contenta. Cuando me abría la puerta y veía mi regalo hacía un esfuerzo sobrenatural por fingir una sonrisa, y se iba sin decirme una palabra al sofá, a beberse todo el batido mientras saludaba a las nubes que estaban de paso intentando buscar alguna que tuviera forma de cervatillo. Sé que hacía lo mismo con él, y que entonces tenía más suerte... quizá por eso a veces se le escurría alguna lágrima y me decía que estaba cansada de que se le metieran cosas en el ojo.
Desde que él se marchó me dice que aunque le duele el estómago de vez en cuando, está bien... que se entretiene cambiando el color de las paredes y que el batido que le llevo le sabe más delicioso cada día. Pero nada de esto me cuadra, porque cuando me habla sus ojos y sus palabras parecen enfadadas, como si estuvieran en desacuerdo. Pensándolo bien, últimamente cuando me invita a desayunar se olvida del cacao en la leche, ya no se suelta el pelo y tampoco me deja que le acaricie los pómulos con el dedo meñique, porque cuando lo hago siempre se levanta diciendo que se le ha olvidado sacar algo del horno. El otro día le pregunté donde se habían metido sus hoyuelos, que hacía mucho que no los veía... y me respondió que no lo sabía muy bien, que creía que estaban de vacaciones pero que seguro volverían pronto (aunque a mí me da que fue ella misma quien los echó de casa por nostalgia).
Echo de menos que se ponga su falda de alto vuelo y vayamos a jugar a los helicópteros, o que cuando llueva se empeñe en que subamos a la azotea a mojarnos los lunares... Sé que Nené está muy triste, porque la conozco bien y me sé de memoria el código Morse de sus latidos... A veces cuando consigo que se quede dormida intento dejar de respirar un momento para escucharlos bien... y no paran de llorar y pedirme abrazos.

La chica de los gatos.

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