lunes, 16 de septiembre de 2013

Doscientos cincuenta y nueve.


La luz se despreocupaba del resto y se centraba en hacer centellear sus pecas. Cuando hablo de sus pecas me entra hambre... parecen virutas de chocolate repartidas por su cuerpo (en especial por su espalda) formando constelaciones. Constelaciones de chocolate.
Solía mirar desde el otro lado de la cocina como desayunaba su cuenco de cereales, tan puramente él... con el pelo revuelto y sin un gramo de vergüenza. Él no me creía, pero así lo encontraba más devorable, y cuando se lo decía hacía estallar su risa de leche. Cuando pasaba por mi lado movía el aire y me llegaba su olor a manzanas horneadas. Me lo habría comido de un bocado allí mismo, después de haberlo untado en mermelada y mojado en cola cao, sobre la encimera o contra la nevera. (Habría jugado a los cosmonautas en su espalda el domingo entero).

La chica de los gatos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario