martes, 3 de septiembre de 2013

Doscientos cuarenta y seis.


Estoy segura, en las ciudades grandes se ve pasar el tiempo, pero de puntillas, por encima de las luces, de los tejados de las casas, por encima de los lunes y de los martes y de los días de fiesta... Perdemos el Norte la mayoría de las veces, perdemos el tren, el autobús y vemos salir aviones que parece que no van a volver nunca... No te vayas a dormir esperando encontrar lo que buscas si ni siquiera sabes lo que es... En esta ciudad, lo que es, casi nunca es lo que parece, y lo bueno es que todos seguimos respirando y comiendo y andando como si nada, por mucho que se rompan los platos, se inunden las calles o te vayas. Yo solo quiero rozarte un martes cualquiera y que te vuelvas a mirar, y que luego cada uno siga su camino hasta que tengamos que encontrarnos. Lo leí una vez: "tantos sitios a los que ir, pero ninguno donde quedarse".
Subo, bajo. Voy y vengo. Al final todo el mundo vuelve. Dentro de unos años no importa, porque voy a seguir siendo yo y tú vas a seguir siendo tú, incluso más. Seguro que también vas por los bares esperando encontrarte conmigo. Una vez conocí a un chico que había decidido besar en todas partes menos en la boca, como que el que decide fumar solo Camel en vez de Malboro, o no volver nunca a un sitio... Es raro lo del tiempo, porque te hace acostumbrarte a las cosas, a los gestos... Al final por mucho que pese, también te acostumbras a que la gente se vaya y parece que todo se te escapa de las manos... Si lo piensas, dan ganas de salir corriendo. Así es como funciona todo ¿no? Eres joven hasta que no lo eres. Quieres, hasta que dejas de hacerlo... Lo intentas y lo intentas pero al final, te ríes hasta que lloras, lloras hasta que terminas riéndote a carcajadas, y mientras, claro, el mundo gira...
Tampoco espero encontrarte cuanto antes, solo quiero andar... ¿Sabes? yo también habría visto 43 puestas de sol contigo... Déjame que me pierda, que te use, encuéntrame aunque sea a destiempo, eso es lo que mejor se nos da, nunca cuando tiene que ser... En mis cuentos la princesa era feliz a ratos, pero comía siempre perdices, fuera o no fuera azul el príncipe. Deberían enseñar a reírse más en el colegio. Deberían aprender a enseñar como se quiere para siempre. A no quedarse quieto si no se sabe a donde ir. Deberías volver. Voy a correr hacia atrás, como cuando rebobinas una frase que te gusta de cualquier película para escucharla otra vez, y voy a llorar tranquilamente comiendo palomitas si me da la gana. No pienso contar hasta diez si quiero gritar...

La chica de los gatos.

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