jueves, 26 de septiembre de 2013

Doscientos sesenta y nueve.


Bajo este cielo de papel azul, diciendo adiós a lo que queda de verano, no puedo evitar pensar que tal vez, sólo tal vez, hayamos encontrado por fin la ecuación de la felicidad. No una felicidad permanente, sino de aves migratorias que cada cierto tiempo saben que habrá que dar paso a otro cielo, a un invierno necesario, porque así sucede con las cosas naturales. Lo otro son cuentos, anestesia para hombres estúpidos que no entienden que el dolor es la antesala de la sabiduría y que todo, todo es un juego de contrarios.
Mi madre habla de usar el pasado, no como sofá sino como trampolín; y hasta esta playa callada nos ha llegado el impulso que tomamos cuando los pies notaron el fondo... Es sólo un momento en la eternidad, un disparo en medio de una guerra de cien años, pero hoy la vida nos sienta bien. Ahora veo tus sandalias descansando ya en la arena, y mi mala suerte preguntando por otro lugar donde instalarse. Hasta aquí hemos llegado amigo mío, y aunque sabemos que vendrán algunos desengaños y que nosotros también haremos daño, ambos también sabemos que hay historias de amor que realmente funcionan, aunque haga mucho que no lo veamos, aunque nos lleve la vida entera volverlo a ver...
El pasado es sólo un entrenamiento y no lo vamos a usar como sofá. Cualquier día de estos servirá de trampolín hasta esa historia que en algún lugar nos espera...

La chica de los gatos.

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