jueves, 5 de septiembre de 2013

Doscientos cuarenta y ocho.


-Me gusta esa sensación.
-¿La de volverse estúpida?
-No, bueno, en parte; me gusta ser consciente de ello.
-Sino te explicas, no te entiendo.
-No sé muy bien como explicártelo, pero es como si lo viera todo desde fuera y a la vez lo viviera en primera persona. Soy consciente de que quiero pasar tiempo con él, quiero que me mire solo a mi. Es algo así como un egoísmo compulsivo por su parte, que gire en torno a mi.
-Vale, me he perdido... ¿de quién hablamos?
-No lo conoces. ni siquiera yo sé si le conozco del todo bien para poder dar este paso.
-¿Qué paso, ni que mierda? ¡Cómo si fueras a casarte con él!
-Sabes ese cosquilleo que recorre tu espalda, cuando sientes que alguien te está observando, levantas la vista, y te sorprende cómo inconscientemente vuestras miradas se han encontrado. Soy incapaz de tranquilizarme si él no me coge de la mano; hace que todo parezca sumamente pequeño, como si él fuera a solucionarlo todo. Me duermo en minutos, si se dedica a darme besos en saltitos por mi ombligo, y por alguna extraña razón, me pongo contentísima si le veo aparecer cuando no me lo esperaba...
-Me parece todo super-mega-hiper romántico, si te esperas dos segundos, que voy a vomitar, buuaagh, vale, ya.
-Eres un encanto.
-Ya lo sé, querida.
-Me siento vulnerable, todo esto no tiene sentido, es tan...
-Mágico, todo precioso, sisi. Solo hay una cosa que no entiendo cariño...
-Dime.
-Si tan vulnerable estás, si tan desprotegida te sientes, si tanto te gustaba... ¿por qué te dio uno de tus trastornos bipolares y no te importó que el se fuera con ella? ¿Por qué diablos te empeñas en que todo el mundo sea feliz menos tú?

La chica de los gatos.

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