lunes, 26 de agosto de 2013

Doscientos treinta.


Odio las despedidas, y lo que más odio son esas que acaban en un "hasta siempre". El concepto "siempre" me da escalofríos en estos casos... ¿no es siempre una palabra demasiado grande como para emplearla a la ligera en contextos tan tristes? Las despedidas son terriblemente tristes, y más si son definitivas. Lo peor es que vivimos en un ciclo continuo de ellas... cada segundo partícipe en nuestras vidas termina por marcharse en eso, UN SEGUNDO. Muchas veces ni siquiera tenemos la diferencia de agradecerles su paso, y de algunos hasta nos olvidamos. Pocas son las ocasiones en que nos detenemos y pensamos que esto es en realidad una despedida, que ese instante se ha largado y nunca va a volver... Podemos quedarnos con el olor o con el sabor, pero la manera en que se dio en ese momento es irrepetible.
Ver como se me escurren los segundos de los dedos como si fueran gotas de agua que acaban por precipitarse contra el suelo me hace darme cuenta de la gravedad del asunto... Sin apenas darme cuenta he agotado un año, aproximadamente 31.536.000 segundos que se me han escapado y un número asombroso de ellos que todavía están por llegar, y nosotros aquí haciéndonos propósitos que quizá luego ni nos esforcemos en cumplir y balances innecesarios.
Digo yo, propongámonos (sobre)vivir y empeñémonos en crear segundos tan bonitos que merezcan ser echados de menos tras sus tristes despedidas.

La chica de los gatos.

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