lunes, 26 de agosto de 2013

Doscientos treinta y uno.


El día que tú y yo dejamos de ser tú y yo definitivamente...
Te quedaste ahí de pie, mirándome con esos putos aires de despreocupación tuyos, como si te diera igual el hecho de que me estuviera apagando poco a poco delante de tus narices, mientras el silencio se tragaba todo el aire que había entre los dos. Fue un golpe directo y breve, lo que dura un "sí"... pero te aseguro que dolió lo que duraron vuestros polvos, elevado a una cifra de esas que contienen demasiados ceros como para plantearse seguir apostándote la vida.
Comencé a llover a mares, y a atragantarme con un millón de palabras impronunciables... Tú dejaste resbalar un "te quiero" en una de tus expiraciones, quizá el te quiero más débil del mundo... el menos convincente. Te creíste con el derecho de darme un abrazo, y me rodeaste con seguridad entre tus brazos, mientras yo hacía peso muerto con todo mi cuerpo. Entonces me llegó tu olor y comprendí que ya no era mío, ni siquiera un poco. Saqué valor, no sé de donde ¿sabes?, pero lo saqué... y me largué con un montón de amor vacío pesándome en las manos. Total, ese olor ya no era mío.

La chica de los gatos.

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