Y recuerda los movimientos, las sensaciones, ese juego de luces, la penumbra entre las rocas... Ese hombre abandonado entre sus brazos, debajo de ella, esa pasión que pasa por encima de todo, como si se tratara de un hambre repentina que no se puede controlar y que impide ver lo que hay fuera. Y, como si fuera víctima de un arrebato, se vuelve a ver allí, viviendo esa pasión que ahora le resulta nítida e intensa, de una belleza casi molesta. Escruta excitada en el vacío, en la oscuridad de la noche, y oye una vez más el eco remoto de aquellos suspiros, la respiración entrecortada del deseo y la espléndida hambre del amor. La invade una tristeza inesperada que la transporta muy lejos...
La chica de los gatos.
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