Sentada en mi cocina, me dispongo a renunciar a la grotesca impostura de querer en sueños, a la francesa. Una disposición muy noble, sí señor, una que ya demoraba su presencia. La espalda recta, el ánimo bien despierto, resuelto. Se enciende y se apaga la caldera, obligada por su eficiente termostato, calentando el salón, el estudio, el dormitorio, pero no hay radiadores en la cocina. El frío ayuda, espabila, obliga al corazón a dejarse de tonterías. El frío es la mar de saludable en asuntos de amor. Hay que tomarse estas cosas con ridícula seriedad o no mencionarlas en absoluto.
Si hay que hacer más café, se hace, cualquier cosa con tal de evitar que nos venza el cansancio. No desfallecer es lo esencial, llegados a este punto. Bien mirado, no es de extrañar el desastre que me precede, nunca antes demostraré tal entereza; me conformaba, supongo, con el rumor infantil de las ensoñaciones, con la temperatura amable y engañosa de las habitaciones más calientes de la casa.
No era capaz entonces de soportar el frío, me quejaba, como los niños que protestan por cualquier cosa y lo desean todo sin desear nada y se aburren a cada rato de sus regalos nuevos. Pero ese tiempo ya ha pasado, este tiempo es otro. Ni san valentines, ni puñetas. Ni cartas de amor, ni zarandajas. Ni licores, ni flores. Un café más y a lo que íbamos.
Sentada en la cocina ya no imagino nada y me remito a los hechos. Hay datos exactos, pruebas, decisiones tomadas. No me tiemblan las manos a la hora de dar puñetazos en la mesa, el ruido de los nudillos contra la madera se extiende por el pasillo, es muy posible que lo escuches. No lo hago por distraerte, sino para darme la razón, para decirme que sí, que es cierto. No estoy ya para andar como los gatos, en silencio y como quien no quiere la cosa.
Puedo hablar en voz alta y lo hago. Sí de amar se trata, amemos, pero no como los niños, o los poetas. Sin gemidos ni reproches, sin desmayos ni señuelos. Que no se diga que el tiempo nos pasa por encima para nada. La paciencia humana tiene sus límites y la mía está agotada. No mentiré de nuevo, las herramientas a cierta edad deben sustituir a los juguetes, también ha cambiado el tamaño de nuestros dedos. Dejemos que la edad haga su trabajo.
Ya no es posible pretender amar solo en febrero, ni al tuntún de la luna y las mareas. Si se apagan las velas, que se apaguen; si e mueren las rosas, que se mueran; si se pierde un guante, bien perdido está. Nada se parece a ti, y por tanto me parece conveniente no compararte con nada.
Más que harta estaba ya de la traición gélida de los espejos. De la trampa y el cartón de los misterios y la coquetería boba de las leyendas, los laberintos, los crucigramas.
Sentada en la cocina y apoyando la espalda contra el frío real, me dispongo por fin a quererte, pero no como los niños, no con ese amor caprichosamente desesperado, no entre los tesoros que en realidad tengo, sino en serio. Con las palmas de las manos hacia arriba y los ojos bien abiertos...
La chica de los gatos.
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