lunes, 21 de octubre de 2013

Doscientos noventa y cuatro.


En una película dijeron que aquello que se pierde, se pierde. Muchas veces, desde que lo oí, me he quedado pensando hasta qué punto esa frase era cierta. Hay veces que perdemos algo, creemos que nunca más volveremos a recuperarlo y de repente un día aparece de nuevo, bajando del cielo, dispuesto en exclusiva para nosotros. Pero las cosas hay que ganárselas, ¿no? Otras veces las cosas se pierden y nunca más vuelven. Recuperar lo pasado es llamar al viento y pretender que venga. No nos corresponde a nosotros el deseo de que vuelvan, lo hemos provocado así y nos lo hemos ganado. Punto final. Y también existe aquello que creemos perder y en verdad nunca se fue. Y dentro de este grupo entran todo tipo de cosas: una amistad, una relación con algún pariente, un objeto preciado que aparece en el lugar menos pensado... Y lo sentimental, el amor. Creemos que el deseo se ha ido, que la necesidad ha desaparecido, que los sentimientos van caminando por otro camino desconocido, comienzas a sonreír más, parece que se va, se va, se va... Pero no. No se ha ido y un olor es el que te lo recuerda. Los días que mejor estás, sin que te duela levantarte de la cama, todo el universo parece conspirar contra ti: recuerdos por todos lados, su nombre en boca de todos, olores, palabras, películas, canciones. Y es entonces cuando te das cuenta de que hay cosas que crees perder y nunca pierdes.

La chica de los gatos.

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