Si ella fuera más valiente ahora mismo se levantaría de su cama, cogería su teléfono y marcaría nueve números que se sabe de memoria. Cuando él contestara, antes de que pudiera decir nada ella comenzaría a disculparse. Le diría que le gustaría no haber hecho nada de lo que hizo, que sentía haber estado cosa de diez años sin dar señales de vida, que no había dejado de pensar en él ni un segundo, que le echaba muchísimo de menos, que le quería, que siempre lo había hecho. Y él, que no ha cambiado nada en estos años, le diría que la perdonaba; claro que la perdonaba, él siempre la perdonaba todo, porque en el fondo lleva algo así como toda una vida enamorado de ella. Lo más probable es que hubieran decidido quedar, para reencontrarse, tal vez en alguna cafetería, aunque en el fondo los dos se morían de ganas de ir a su banco. En algún momento ella le habría llamado Toño, y él no habría podido evitar sonreír porque ya nadie le llamaba así. Debido a la nueva valentía de ella, por primera vez en su vida, habría sido capaz de confesarle que no huyó de él, sino de sus propios sentimientos, que salió corriendo al darse cuenta de que se estaba enamorando de él. Y entonces él, le habría agarrado de la barbilla y le habría dado el beso que lleva una década esperando.
Pero, si ella fuera más valiente no habría salido corriendo hace diez años. No, ella no es valiente, u tampoco sabe que él la quiere, así que no llama, se queda ahí, tirada en la cama, mirando al techo y pensando en él, con el cenicero cada vez más a rebosar de colillas.
La chica de los gatos.
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