martes, 29 de enero de 2013

Veinticinco.


Os hablo en serio. Nunca me gustó criticar a la gente sin saber o sin conocer, pero la verdad es que no puedo negar que si estoy hablando en grupo con mis amigas y una cuenta una historia de, ya sabéis, una amiga de una amiga de su prima que el mismo día que dejó a su novio besó a tres chicos diferentes, yo siempre sería la primera en decir: "¡pues vaya zorrón!".
Pero eso se acabó. Porque si a conocerte le puedo atribuir algo bueno, es que me has cambiado la manera de ver las cosas. Me has hecho aprender. Aprender a base de ostias, lo que se dice un aprendizaje puro y duro. Aprender la cantidad de gilipolleces que uno llega a hacer por amor, lo ciega que te vuelves y lo distintas que ves las cosas a como son en realidad. Estás en tu propio mundo, a tres metros sobre el cielo como dice el libro, pero no te conformas solo con quedar ahí sino que quieres ascender más y más cada vez... Sin ser consciente de que la ostia que te darás al caer luego, será mucho mayor...
Porque todo lo que sube baja, y en esta caso lo suele hacer de golpe. Porque las cosas cambian, y nadie nos va a venir a preguntar si queremos que cambien o no. Y porque, ¿para qué nos vamos a engañar? hay demasiado hijo de puta por ahí suelto, gente que ha sentido demasiado y que ahora prefiere no sentir, o gente que ni siquiera ha sentido nunca, ese tipo de gente que si se cruza en tu vida inevitablemente te hará daño. Pero, ¿sabéis qué? No les culpo. Ni les juzgo. Porque si ahora mismo escuchara otra vez la historia de esa chica, en vez de criticarla, la aplaudiría. Porque si yo pudiera elegir, también elegiría no sentir...


La chica de los gatos.

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