miércoles, 19 de febrero de 2014

Cuarenta y seis.


¿Qué se hace cuando uno se antoja con lo eterno?¿Con lo intocable, con la perfección, con lo inexistente?¿Cómo comportarse cuando se conoce lo que representa lo imposible, lo inmortal?
No puede haber nada más cruel que dar a descubrir, observar y conocer una sensación que no está a tu alcance. Rozar el sabor con tus labios, pero no saborearlo.
No se toca, no se mira.
Se avecina, no se queda.
Se siente, no se tiene...
Es como si se te mostrase en bandeja de plata, con todo detalle un manjar exquisito, único, delicioso, placentero... Y decirte que no lo podrás probar.
Nunca.
Jamás.
Lo retiran, causándote la peor sensación que uno pueda sentir. Conocer lo inalcanzable. No sólo conocer sino sentirlo sin que permanezca.
Como una pequeña dosis de heroína que te deja sediento y hambriento de ella, necesitado, débil, vacío.
Lo necesitas.
¿Y si lo que necesitas no existe?¿Y si has conocido aquello que jamás tendrás creando un vacío que no existía antes...? 
¿Y si conoces la lujuria y estás condenada a la pobreza?
Conocer, siempre es bueno, hasta que conoces algo que crea un agujero sin fondo en ti. Saber que hay algo que jamás podrás saciar, y que si algo similar a ello existe, tú no serás precisamente el que llegue a conocerlo.
Tanto de ti lo impide, te conoces tan bien que sabes que si hay algún elegido, tú no estarás entre ellos. Has tenido experiencias que otros no han tenido, y eso no consigue llenar lo que en otro llenaría más que con abundante satisfacción.
¿No es mejor la ignorancia?
No veo que tiene de malo desconocer de tus necesidades si ello te ahorra sufrimiento.
Y más si son insaciables.
Envenenada por un ansia sin antídoto... Sé lo que me puede curar, el pequeño detalle es que jamás llegará a mis manos...

La chica de los gatos.

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