jueves, 28 de febrero de 2013

Cuarenta y ocho.


Lo único que buscamos todos en la vida, es ver a la persona que queremos cuando abrimos los ojos por la mañana. Yo no busco nada raro, sólo alguien que me eche de menos aunque hayamos pasado todo el día juntos, alguien que se ponga nervioso al verme, que no se aburra de mis conversaciones aunque pasemos cinco horas hablando por teléfono... Que se alegre de escucharme. Alguien que me acompañe siempre a casa y haga divertido el camino, por muy largo que sea. Alguien a quien pueda besar por un simple impulso sin sentirme atrevida. No me importan los regalos, las cenas, ni las flores, mientras él demuestre que me quiere, me conformo con saber que conmigo es donde más le gustaría estar siempre. Y si estuviera aquí, nada me gustaría mas que vivir todo con él y que conozca todas y cada una de mis sonrisas.
Alguien que sólo por mí dé todo, que elija quedarse conmigo aunque tenga otros planes, que sienta que antes de mi ninguna existió, que sus amigos se cansen de escuchar mi nombre, que escriba las cartas más bonitas del mundo entero aunque tenga la letra fea y sean de dos renglones.
Que piense en mí mucho más de lo que lo acepta, que sienta que se cae el mundo si discutimos y me abrace tirando su orgullo a la basura. Alguien que me haga reír hasta llorar, y me haga reír cuando no puedo parar de llorar. Que me diga que todas esas canciones de amor le recuerdan a mí, aunque sea mentira. Que me diga que estoy guapa aunque no esté del todo despierta, que me diga que doy los mejores besos aunque haya habido otra mejor, que me diga que tengo los ojos más bonitos aunque sean iguales a todos los demás, que le encante mi pelo aunque siempre esté enredado. Alguien que me haga sentir la chica más afortunada del universo, solo por el hecho de tenerlo a él...

La chica de los gatos.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Cuarenta y siete.


- ¿Cómo sería tu hombre perfecto?- le preguntó él.
- Buen truco, ¿quieres intentar parecerte a él?
- No es eso idiota, ahora en serio...
- De acuerdo. Sinceramente, mi hombre perfecto es el hombre imperfecto, la antítesis del hombre ideal. Que no sea romántico, yo tampoco lo soy. Que no sea un "caballero", pues soy más puta que dama. Que no se comporte, me hacen reír las estupideces. Que no bese tiernamente, me aburre. Que no me escuche, sino que me hable. Que no me pregunte como estoy, que sepa adivinarlo y remediarlo. Que me haga feliz, y que tengamos una complicidad irremediablemente irresistible.
- ¿Quieres un rebelde?
- No, te quiero a ti.

La chica de los gatos.

martes, 26 de febrero de 2013

Cuarenta y seis.


Antes tenía miedo de muchas cosas, de no madurar nunca, de quedarme atrapada en el mismo sitio eternamente, de que mis sueños estuviesen fuera de mi alcance... Es verdad lo que dicen, el tiempo te juega malas pasadas, un día estás soñando y al día siguiente tu sueño se ha hecho realidad. Y ahora que esa niña temerosa ha dejado de seguirme a todas partes a donde voy, la echo de menos, es verdad. Hay cosas que quiero decirle, que se relaje, que sea menos seria, que todo va a salir bien... Hay muchas cosas que podría decirle, pero seguramente no haría caso a nada que no saliera antes de horas de salir y entrar en sus laberintos de ideas. Hemos perdido el norte, lo hemos buscado en otros puntos, nos lo hemos inventado... Lo que hiciera falta, pero nunca hemos dejado de buscarlo. Un sur, un este, un aquel... Llevamos a cuestas historias largas, cuentos de un fin de semana, noches usando el alcohol como botón de suprimir, dudas, besos, fugas, y alguna que otra cabrona a la que sentenciamos "exceso de equipaje". ¿En qué se diferencian nuestras caídas de las de cualquier otra persona? En que siempre hay alguien ahí para recordarte algo así como "Límpiese usted las lágrimas y empiece una página en blanco".

La chica de los gatos.

lunes, 25 de febrero de 2013

Cuarenta y cinco.


Caerse y volverse a levantar. Cogidos de la mano. Andando sin pararse. Sin prisa pero sin pausa, entre besos y algún que otro "te quiero". Siguiendo para adelante sin tropezar. Sonriendo y mirándote a los ojos.
Prometo no fallarte nunca. Prometo que te diré que te quiero todos los días de mi vida. Todos. Prometo confiar en ti siempre, en tus ojos y en tus manos. Prometo besarte todas las mañanas y hacerte el amor en las horas de siesta. Prometo planear el futuro juntos, con casas llenas de ventanas. Con tormentas de suspiros y con pelis remolonas en el sofá. Prometo que si algún día no se cumplen nuestros planes infinitos. te diré te quiero todas las noches, aunque estés lejos de mí y tú no me creas. Prometo que mientras estemos juntos, voy a abrazarte siempre que pueda, a ver si así, no te echo de menos cuando no durmamos juntos.
Y aunque no sienta tu respiración, voy a estar aquí contigo y tú allí conmigo. Porque tú serás mi epicentro y nosotros el terremoto. Tan tuyo. Tan mío. Y tan nuestro. Que haremos temblar al mundo juntos, pero separados. Pero mientras, no pienses. Sólo bésame como si me fuera a ir mañana.
Y ámame siempre. Que yo te amo a todas horas.

La chica de los gatos.

domingo, 24 de febrero de 2013

Cuarenta y cuatro.


Lo encontré, por primera vez, una noche que íbamos todos de juerga. En una calle, mientras deambulábamos buscando un buen bar, apareció saludando a parte del grupo. ¿Y este quién es? Poco después, pasó a formar parte del grupo, aunque quizás no del todo, porque siempre mantiene intacta su independencia.
Al principio venía sólo algunas noches: locales, copas, música, baile... bueno, sutiles movimientos que seguían algún compás. Hubo un breve acercamiento entre ambos o un breve intento de que bailaras conmigo; al poco, hubo un acercamiento más íntimo... para acabar con un intenso encuentro. Lo hicimos todo al re´ves, la verdad, pero no me arrepiento. Tras esto, empezamos a vernos más... hasta que nos vimos a solas... ¡qué nervios! Y, desde ahí, hasta lo que es hoy.
Y ahora, ¿qué quieres que te diga? Te recuerdo tan diferente al resto, a lo que conocía. Con unas vivencias que han marcado tu perspectiva de la vida y te han dado la positividad y la alegría que puede sorprendernos a muchos... Te recuerdo vestido con una sonrisa, una sala a media luz, una caricia, unos toques marroquíes, un té, un beso... Te recuerdo con cámara de fotos y un libro para llevar, para el camino, y un paquete de tabaco escondido en un pequeño bolsito de tela, para después... Y unos besos que se van, unas manos que se cruzan, un no saber cómo reaccionar, o será mejor esperar... Observar, eso que tanto te gusta; o regalar, sin saber, envolviendo la sorpresa en papel de plata; o fotografiar, rincones, luces, el cielo, las nubes, el mar, un pueblo, alguien...
Y ahora, ¿qué quieres que te diga? Eres un observador nato, un regalo, la foto más viva de mi álbum. Eres una sábana de vida, calentita, para envolverme y acurrucarme en la cama. Eres una pequeña cajita de besos, de caricias, de abrazos intensos. Eres la parte más íntima de mi y la única que está a la vista, toda reflejada en tus ojos.Y dicen que el amor es ciego... Nosotros nos desnudamos en la primera mirada. Y el secreto de escondernos y esperarnos fue revelado aquella noche, aquella en que nos desvestimos después de las 12... y los vasos se rompían a nuestro alrededor... ¿te acuerdas?


La chica de los gatos.

sábado, 23 de febrero de 2013

Cuarenta y tres.


A la vuelta de la esquina le esperaba. Le agarró el brazo y le empujó hacia el muro, atrapándole entre su cuerpo y la montaña de ladrillos. Él la miraba extrañado, con cara de sorprendido, pero enseguida se dio cuenta de lo que pasaba: sus ojos de leona ardían a temperatura de cocción. Le miraba sugerente, induciéndole a pensar lo que ella estaba pensando hacer y él no podía apartar la mirada, relamiéndose ante la posibilidad de que aquello fuese real. 
Se mordió suavemente el labio inferior y a él se le escapó todo el aire de los pulmones. Sentía el roce de sus pechos, seductores a través de un nada tímido escote. Intentaba resistirse a la irremediable tentación de hundirse en ellos a lametazos... Ella se pegó a su cuerpo, encerrándole con la pared y rodeándole con sus brazos. No tenía escapatoria, esa noche había decidido dar rienda suelta a los instintos y no iba a aceptar un "no" por respuesta. Le agarró la cuadrada mandíbula poblada de la típica barba de tres días y le plantó un beso. Pero un beso suave, tierno, lento, de los que rozan ligeramente el abismo, haciendo contraste con la fuerza y la pasión que despedía cada centímetro de su cuerpo.
Fue la gota que colmó el vaso: él no pudo resistirse más a ese cuerpo que se le ofrecía para viajar al infierno. La agarró por la cintura, y en un arrebato la levantó en el aire y cambiaron las tornas. Ahora era ella que estaba atrapada entre aquellos ojos y la pared, y sin tomar conciencia, metió las manos en los bolsillos de los apretados vaqueros, sujetándole y atrayendo su cadera hacia ella.
El beso tierno y la mirada de leona mutaron. Sus ojos, habitualmente fríos, de hielo, reflejaban las llamas que ardían en su pecho y él sabía perfectamente cómo hacer que se consumieran hasta las cenizas. Agarrándola por la nuca, mordió sus labios y disparó la cascada de besos, húmedos, calientes, traidores. Sus lenguas libraban una batalla a muerte y pronto los labios les parecieron pequeños. Él descendió a bocados por su cuello, mordisqueando su oreja, jadeándole al oído y ella sintió como el placer le recorría la médula.
Le quitó la camiseta con impaciencia, deseando sentir su piel más cerca, le dio igual que alguien pudiera verles, solo estaban ellos y sus cuerpos. Ante un nuevo bocado en el cuello, ella clavó sus manos en la espalda de él, deslizándolas hacia abajo, rodeando el hueso de su cadera, enfrentándose a la frontera marcada por el borde de los vaqueros... Agarró el botón y, dejando de besarle, le miró con aire pícaro, sonriendo de esa forma que no auguraba nada bueno, como pidiéndole permiso. Él no tenía ninguna duda, agarró las manos suaves y juntos desabrocharon uno a uno los interminables botones.

La chica de los gatos.

viernes, 22 de febrero de 2013

Cuarenta y dos.


Ya no me importa que se enamoren locamente, y me dejen al poco después a favor de otra más normalita. Yo tampoco sería capaz de soportarme. Sí, me importa una mierda lo que ellos hagan. La mayoría no saben nada de las heridas, y la mitad no saben acabar de lamer con el suficiente tacto para que se cierren definitivamente. ¿Por qué debería de importarme?
Y sí, claro que he amado más de 365 días, y no me he podido quitar a alguien de la cabeza, ni he podido comer, ni dormir, y me he drogado, y he salido sólo para sentirme menos inútil. Yo a eso le llamo sentir, sentir al límite de cada exceso. Yo no odio a los hombres, tampoco a las mujeres, yo simplemente pertenezco a un colectivo que dista de la única diferencia que tiene esta sociedad entre los géneros. Nosotras putas y ellos unos cabronazos. Como si eso hubiese que asumirlo sin levantar la cabeza, sin replicar. No me da la gana asumir que si me acuesto con un tío que me ha devuelto la sonrisa en ese concierto,  tengo que ser una zorra; y no me da la gana asumir que si el novio de mi mejor amiga la ha dejado porque es una histérica que lleva dos meses sin entonar un te quiero, a favor de otra que deje de pensar en si misma y sepa amar a los demás, tenga que ser un cabronazo.
No me da la gana asumir ciertas cosas, sólo porque la muchedumbre esté acostumbrada a eso. No soy de amigos de toda la vida, ni de echar de menos mi país, ni mi casa, ni una maldita bandera, me da igual que no lo entiendan. 
Por lo demás, no necesito a nadie que me diga lo guapa que estoy cuando llevo tres días sin dormir, ni necesito cenas carísimas, ni anillos, ni verle a todas horas. Me aterran ese tipo de rutinas. Adoro la fugacidad del momento en que un desconocido te folla hasta el alma, porque es en ese justo instante en el que cobra sentido su nombre, cuando te llena también por dentro, de frases, de sonrisas, de miradas, de vida... Y si tengo que volver a caer cien veces más porque me agobio tanto que necesito huir, o si alguno de ellos tiene que salir corriendo porque le aterran mis versos, lo haré, caeré, y lloraré, y me enfadaré. Pero siempre volveré arriba. A reinventarme para poder volver a empezar, engañándome o no. A excitarme con todas las pequeñas cosas que hacen que la vida cobre sentido.

La chica de los gatos.

jueves, 21 de febrero de 2013

Cuarenta y uno.


No quiero un chico normal, no pido un prototipo, no prefiero los rubios o los morenos. Quiero un chico que no me asegure el futuro, que cada día lo viva como el primero, que no se vaya la ilusión como cuando un niño pequeño se queda sin Reyes... no quiero un capricho. Quiero que me recuerde cuando huela mi colonia, que para él sea única, que pase lo suficiente de mi. No quiero regalos, quiero detalles. Que cada vez que me duerma mi cama huela a él. No busco a un chico perfecto, ni que me soporte siempre. Quiero noches locas, días en los que escaparnos los dos solos sin preocuparnos de lo que sucederá. Quiero aventura, pasión. No me gusta la rutina, no me gusta dar explicaciones.
Quiero vivir en un sueño, nuestro sueño. Quiero saber que lo tengo ahí en los momentos difíciles. Que solo me diga te quiero cuando lo sienta. Quiero un chico que le guste la fiesta, pero que le haga falta estar conmigo. Quiero no sentirme segura, quiero tirarme a la piscina sin hacer planes. Me gustan los consejos, pero no que decidan lo que debo hacer. No siempre lo bueno es lo mejor. No siempre se odia lo malo. Las reglas están para saltárselas, no siempre se hace lo correcto, ¿y qué...? No quiero que renuncie a los amigos por mi, ni que sea su prioridad. Quiero tener algo por lo que luchar, algo por lo que alegrarme, algo por lo que llorar, una excusa para hincharme a galletas y helados. En definitiva, no busco lo que verdaderamente me haga feliz, no quiero llegar a la meta, no busco el final, no pienso en el mañana, más cerca está esta noche.

La chica de los gatos.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuarenta.


Siempre tuve muchas cosas que decir y me las callé todas. Ese es el porqué de esta carta, carta que se perderá en algún cajón y tú no llegarás a leer jamás, o tal vez sí y ahora te estés muriendo de la risa por este comienzo tan inusual como estúpido. Los dos sabemos que esto lo cambia todo, así que deja de reírte.
Tenía que escribirte porque estas empezando a volverme loca. Te veo en todas partes, en los bares, en las paradas de autobús, hasta en el supermercado metiendo en el carrito algunas de esas guarrerías demasiado dulces que siempre te ha encantado devorar. Cada vez que te veo me dedicas una bonita sonrisa, ya no sé si es que me persigues a todos lados o soy yo que te imagino. Tal vez sea eso, tanta serie de televisión con niños bobos te ha hecho confundir realidades, te has enfundado una bonita boina francesa negra y has comenzado a seguirme... ¡Menuda misión de espionaje más estúpida! Si sabes de sobra que basta una llamada de teléfono para que yo confiese como una niña pequeña. Definitivamente él que se está volviendo loco eres tú. No, no, no te rías que lo digo totalmente en serio. Creo que has perdido totalmente la cabeza. Hasta tal punto que he oído que ya nunca te comes las chucherías que escondes entre los cajones. Tal vez sea eso que has crecido, cambiado, todos hemos cambiado y ya nada es lo que era.
¿Sabes? Ayer te eché de menos. Sí, justo ayer. Pasó de repente, estaba tumbada en la cama y, de pronto, me faltaste tú. Creo que en realidad siempre te he echado de menos solo que yo no he sabido darme cuenta. Menuda idiota, mis dudas y yo que siempre estamos igual. Pero el caso es que, si ayer te eché de menos ha sido hoy cuando he descubierto que un día al año no es suficiente, ni por asomo... ¡Un día al año! ¿Cómo se nos ocurrió semejante idea? Lo peor de todo es que estoy convencida de que se me ocurrió a mí, tú siempre has sido mil veces más listo y menos egoísta, como dice esa canción que tanto te gusta. Bueno a lo que iba, que me he dado cuenta de que no quiero que existan otras, de que no quiero conocerte de nuevo una vez al año, quiero conocerte entero. Quiero saber que haces los otros 364 días. Quiero verte recién levantado sin peinar con esos pelos de loco que afirmas tener.

La chica de los gatos.

martes, 19 de febrero de 2013

Treinta y nueve.


Quédate un ratito más... Hoy he soñado que me traías el desayuno a la cama. Me besabas entre la luz de la farola y la ropa interior. Me decías que éramos secreto. Que en la calle era Diciembre, pero en mis muslos había historias escritas de un desliz de verano.
Me daba igual que me rompieras las medias, que me mordieras el cuello y me comieras con esos ojos que tienes. Yo te decía que odiaba que buscaras mi lengua y te conformaras con mis ojos. Te decía lo mucho que hacía falta hacer el amor para equilibrar el frío que guardaba bajo el ombligo. Tú me hablabas de vidas cruzadas y de polvos a la mitad. Yo te susurraba que era de las difíciles, pero que para ti era la chica más fácil de la canción.
Me decías que no había orgullo que por amor no viniera. Yo, que el que quiere que lo extrañen, se arriesga a que lo olviden. El vodka dejó de hacer su efecto y dejé de pensar en polvos de una noche sin sentido. Seguías allí en la barra. Me comías con la mirada y el hielo de tu puta copa no era lo único que se derretía. Tenía ganas en el colchón y kilómetros en una maleta cada domingo. No te tenía a ti, pero esa noche estabas a dos pasos. 
Que soy de las que beben para verte, no para olvidarte. Que te olvidaría en el tren de vuelta, pero en el de ida ya estaba deseando verte. Pero no me rompas los esquemas si no me vas a romper las medias.

La chica de los gatos.

lunes, 18 de febrero de 2013

Treinta y ocho.


Vivo a días alternos: lunes besándote en ascensores, ; martes volviendo al barrio perdida, cubierta de apuntes en autobuses abarrotados de miradas grises, no; miércoles haciendo mucho más que volar, sí. Claro que sí, mientras espero mordiéndome las ganas la hora de la salida para tener por fin en las retinas al único hombre del mundo capaz de convertirse en mi mejor postal de Navidad con un pie apoyado en cualquier pared de ladrillo. El de "dónde está la cosa más preciosa del mundo", el del contrato indefinido sin necesidad de firma. El chico guapo que también regala libros.
No sé si la física podría explicarme cómo fue capaz de iluminar mi rellano la noche que se fundieron todas las bombillas. La maravilla es que volvió a repetirlo cada vez que nos quedamos a oscuras.

La chica de los gatos.

viernes, 15 de febrero de 2013

Treinta y siete.


Acabo de enamorarme de mí misma. De secarme las lágrimas que no existen (esas que te joden el rimmel) con la toalla del pelo y decirme "nunca más". Saliendo de la bañera. La camiseta era blanca, casi transparente. Y me doy cuenta de que nadie me querrá nunca tanto como yo lo hago. Quién pondrá tanto tacto y tantas velas... No sabrán dónde, ni con que presión apartarme la tela, qué día, qué Abril. ¿Cuántos días faltaran para verme? Ninguno.
Y me dedicaré tanto tiempo como tenga. Cantaré cada noche aquella del amor propio. Besaré mi hombro, recorreré las cicatrices conocidas con la punta de los dedos. Tararearé cada poro. Dejaré de mirar atrás. Las penas serán perlas que contar por el camino para cuando quiera volver a conocerme. Las flores se abrirán locas por vivir. Todos los anocheceres serán naranjas fluorescentes esperando un azul que ya llega. Un azul que te grita ganas. De sentirse. De encontrar su lugar que no existe. ¿Y quién es de alguien?
Llamadas a las cinco de la mañana. Puede que no me vuelva tan loca. Fúndete. Regálame brisa. Hazme sonreír. Y qué bonita es tu cama... Libre como siempre. Como nunca esperabas . Nadie se fue porque no llegué yo. Y ahora...

La chica de los gatos.

jueves, 14 de febrero de 2013

Treinta y seis.


Se nos iba la vida soñando. No dejo de escuchar en mi mente a Quique diciendo que la vida te lleva por caminos raros. O aquello que oí por la calle esta semana, "si pretendes creer en los verdaderos sentimientos, te quedarás solo". Pasé de largo y avivé la mirada, sonreí. Quizá como venganza al sentirme ofendida. Caminé más rápido para no pensar. Ya soy capaz de controlar el movimiento de los coches. Y el frío otoñal todavía no me preocupa. Pero no es fácil librarse de los pensamientos. Así que comencé a conversar conmigo misma y me pregunté si busco algo que no existe.
Al fin fui consciente de que todo eso me mantenía libre de otras preocupaciones. Como por ejemplo que todavía me sigue dando terror hablar en público. Que sigo callándome más cosas, y eso no es habitual en mí. Que los cambios siguen alterándome. Que hace mucho tiempo que no leo un buen libro. O que echo de menos ir a la biblioteca sin ánimo de estudiar, leer libros de poesía en la sala de música o buscar vinilos y perder el tiempo. Echo mucho de menos perder el tiempo aún más de lo que ya suele perderse él. Porque lo hace constantemente. Eso también me mata. Quedarme petrificada en cualquier sitio, con una tristeza inmensa por recuerdos que ni siquiera tengo. Por recuerdos que veo en otras personas. Y es que estoy cansada de soñar tejados mientras bailamos...

La chica de los gatos.

martes, 12 de febrero de 2013

Treinta y cinco.


Si yo, tú. Si caes, yo contigo y nos levantaremos juntos, en esto unidos. Si me pierdo, encuéntrame. Si te pierdes, yo contigo, y juntos leeremos en las estrellas cuál es nuestro camino. Y si no existe, lo inventaremos. Si la distancia es el olvido, haré puentes con tus brazos, pues lo que tú y yo hemos vivido no son cadenas... ni siquiera lazos: es el sueño de cualquier amigo, es pintar un te quiero a trazos, y secarlo en nuestro regazo.
Si yo, tú. Si dudo, me empujas. Si dudas te entiendo. Si callo, escucha mi mirada. Si callas, leeré tus gestos. Si me necesitas, silba y construiré una escalera hecha de tus últimos besos, para robar a la luna una estrella y ponerla en tu mesilla para que te dé luz. Si yo, tú. Si tú, yo también. Si lloro, ríeme. Si ríes, lloraré, pues somos el equilibrio, dos mitades que forman un sueño. Si yo, tú. Si tú, conmigo.
Y si te arrodillas haré que el mundo sea más bajo, a tu medida, pues a veces para seguir creciendo hay que agacharse. Si me dejas, mantendré viva la llama hasta que regreses, y sin preguntas, seguiremos caminando. Y sin condiciones, te seguiré perdonando. Si te duermes, seguiremos soñando que el tiempo no ha pasado, que el reloj se ha parado. Y si alguna vez la risa se te vuelve dura, se te secan las lágrimas y la ternura, estaré a tu lado, pues siempre te he querido, pues siempre te he cuidado. Pero jamás te cures de quererme, pues el amor es como Don Quijote: sólo recobra la cordura para morir. Quiéreme en mi locura, pues mi camisa de fuerza eres tú, y eso me calma, y eso me cura...
Si yo, tú.
Si tú, yo.
Sin ti, nada. Sin mí, si quieres, prueba.

La chica de los gatos.

jueves, 7 de febrero de 2013

Treinta y cuatro.


Si alguien me hubiera dicho que iba a sentir esto por ti... me lo habría creído. Siempre me pasa igual, siempre caigo, siempre me enamoro hasta las trancas, sufro, paso de todo y llega otro. Pero eso no te hace menos especial. Eso no hace que te odie menos cuando tienes ese hijoputismo en el que te da por pasar de todo, incluido tú... incluida yo. Tampoco hace que piense menos en ti por las noches. Te sueño y te imagino. Imagino como me recoges en la estación, lo que nos decimos, las primeras vergüenzas, las primeras miradas de deseos, nuestras vaciladas, llagar a tu casa y comernos, poco a poco, porque no hay prisa...
Jugar piel con piel, luego terminar con una sonrisa de satisfacción, luego reírnos de nuestras tonterías y ocurrencias tan instantáneas como absurdas y luego comernos una y otra vez, bebernos, lo que sea pero contigo, juntos. ¿Sabes qué es lo único que no soy capaz de imaginar? La despedida. No soy capaz de imaginar qué te digo cuando me voy, o qué me dices, en que quedamos, si es que quedamos en algo, claro... Pero bueno, es lógico soñar despierta solo con las cosas bonitas, ¿no?

La chica de los gatos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Treinta y tres.


Me resbala si follas o fallas. Si estudias o prefieres trabajártelas. Si odias los domingos o si cuentas por ahí que yo estaba loca por ti. Si eres victoria o fracaso. Si te sigue faltando cerebro o te sigue sobrando de ahí abajo. Si bebes para divertirte o para olvidarte. No me han quedado cicatrices de la ostia que me pegaste, ni lugares, ni paisajes. Ni canciones que recordar, ni canciones para recordarte. He aprendido la lección bien aprendida a base de palos y no me han quedado ganas de volver a verte, ni de noches, ni de mañanas, ni de coches. Porque las ganas y la complicidad ardieron en el infierno. Y no me han quedado ganas de ti en general. Sólo una indignación que se parece a la resaca de los domingos y un poco de odio hacia todo lo que tenga que ver contigo.
Nunca fui tu amiga, pero aún así, soy una de las mejores cosas que han pasado por tu vida, demasiado buena para un amante de las mentiras. Y cuando llegue el día en el que hagas un repaso de tu lista y sientas ese no se qué porque yo ya no estoy en ella, me verás a años luz de esa pesadilla.

La chica de los gatos.

martes, 5 de febrero de 2013

Treinta y dos.


Estaba tumbada en la cama, mirando absorta algún punto fijo entre las grietas del techo, mientras la persiana a medio bajar coloreaba en su tripa lunares de luz.
Tenía una estantería llena de libros viejos y empolvados, algunos los había leído y de otros simplemente había ojeado las ilustraciones. También tenía un viejo tocadiscos y una colección de fotografías enganchadas a hilos que colgaban de una pared a otra. Tenía recuerdos y motivos por los que vestirse, pintarse los labios de color rojo y acabar con su destierro del mundo, sin embargo no tenía ganas y tampoco te tenía a ti... Ésta última idea le consumía poco a poco, al tiempo que sus cigarrillos también lo hacían entre sus dientes. Los días se iban sucediendo uno a uno, como obra de teatro vulgares. Cada media noche el telón caía y ella aplaudía entre sollozos, a tientas, destrozando el silencio.
Llovió mil veces y nevó mil veces más, el contestador se llenó de mensajes hipócritas y palabras vacías... y M se llevó una terrible decepción al hallar sus propios latidos aun correteando por su pecho la mañana número 137... Se acostumbró a su propio dolor, aprendió a aceptarlo... lo acariciaba. Era suyo, más de lo que cualquier otra cosa lo había sido en su vida. Se quedó ahí mucho tiempo, inerte, acostada con su dolor, abrazada a él con las piernas enredadas, con los pies fríos y con los labios secos.

La chica de los gatos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Treinta y uno.


Solo recuerda la intensidad de esa mirada. Esos ojos que ponen la zancadilla y le hacen tropezar, los que pararon el mundo, su mundo, e hicieron desaparecer cualquier dimensión. Esos ojos que una noche se tragaron sus dudas, atrapándola a ella.
Dio un paso hacia delante, sus cuerpos estaban cerca, tan cerca que podía notar como se aceleraba su respiración y su corazón latía cada vez más fuerte. Cada vez que él la miraba, las piernas de ella perdían su fuerza y le hacían dan un traspiés, como si fuera premeditado, para crearle la necesidad de agarrarse a algo y que él la abrazara. Ahora sonríe con ternura al recordar esos primeros momentos de cercana intimidad, que firmaron su condena eterna... Y recuerda con nostalgia la agradable sensación de sentirse rodeada por sus brazos, esos brazos capaces de las caricias más dulces y los arrebatos de pasión encendida que sacaban sus instintos más salvajes. La imagen de ese cuerpo torneado a la fuerza de locura al sol, aún hace que ella se sonroje y sienta ese familiar escalofrío recorriéndole la médula.
Y en sus fantasías más oscuras siempre aparece él, con esa media sonrisa dibujada tímidamente que, aún siendo tímida, esconde siempre oscuras intenciones, la picaresca que con sólo una palabra, un susurro o una mirada hace que ella se convierta en su fiel esclava. Porque aún no sabe como lo consigue, por mucho que ella se proponga escapar de sus temibles garras de cazador de amantes, acaba cayendo en la trampa voluntariamente, se deja cazar y domesticar, porque es incapaz de renunciar a cualquier segundo de sus besos.
Y haga lo que haga, piense lo que piense, siempre vuelve a esos ojos. Oscuros, serenos, profundos, los que la volvieron sorda y ciega para el resto de miradas. Y ahora no se despierta en la noche empapada en sudor solo por ellos, ahora son sus manos, su firme abrazo, sus besos, la forma en que él coloca la cabeza en su cuello y simplemente se queda respirando, atrapando su aroma, como si él también se hubiera vuelto esclavo y quisiera retenerla hasta que el sol rompa el encanto de la oscuridad...
Y desde entonces se buscan, corren por líneas paralelas, se cruzan, desaparecen y vuelven a encontrarse. Ya se confunde el cazador con el ser cazado y ambos responden a la llamada de sus cuerpos. Y al final de la lucha... respiran acompasados.

La chica de los gatos.

domingo, 3 de febrero de 2013

Treinta.


Tenía tantas ganas de hacerle el amor... Últimamente siempre había gente en sus casas, y por mucho que rascaran sus bolsillos el dinero era insuficiente para una de esas noches de hostal. Pensaba cómo le gustaría vivir con ella, y pasarse días enteros metidos en la cama... horas y horas desnudos, abrazados debajo de las sábanas... Tan tan pegados que al separarse les doliera como si estuvieran cosidos.
Esa tarde cada uno estaba en su casa, cada uno en su cama... A ella siempre le había dado vergüenza que se vieran por ordenador, pero a él le gustaba demasiado su chica cuando llevaba su "look de estar por casa" (una camisetita blanca de tirantes, un pantalón de pijama a cuadros, calcetines desparejados y el pelo revuelto), y le suplicaba hasta que accedía.
Recordó la noche pasada. Cómo le había puesto... lo hacía aposta, lo sabía. Cuando estaban en ese pub, y ella recostaba medio cuerpo en el sillón y daba sorbitos pequeños a su 43 con lima... Cuando cogía un mechón de su pelo y lo enredaba entre sus dedos y le dirigía una de esas miradas de "¿por qué estás ya tan cachondo, sí aún no te he hecho nada?". ¿Qué por qué?... La imaginaba encima de él, sin ropa y moviéndose frenética cuando lo miraba así. Luego, como cada noche, la acompañó a casa... y todo quedaba en besos que parecían el fin del mundo, mordiscos por todo el cuello y súplicas... "Fóllame. Por favor, fóllame..." Pero eso tenían siempre que dejarlo para otro momento.
Ahora ella estaba en su cuarto y él en el suyo. En la cama, viéndose... Cada uno con su ordenador sobre las piernas...
- Sobra un poco de ropa ¿no?
Ella sonrío pícaramente mientras se quitaba la camiseta, mostrando orgullosa su infantil sujetador de Snoopy.
- Ahora te toca a ti...
Cada uno en su cama, cada uno frente a su ordenador. Desnudos, calientes, masturbándose y reprimiendo gemidos. "Esta noche, cuando te vea... te vas a enterar", pensaba él con su mano jugueteando dentro de su pantalón de chándal. "Esto me va a salir caro esta noche", reía ella apretándose los pezones. Tenía tantas ganas de hacerle el amor... pero tantas ganas, que un infinito no era suficiente.

La chica de los gatos.

sábado, 2 de febrero de 2013

Veintinueve.


Y se acabó. Y a mi nadie vino a preguntarme si quería que se acabase. Nadie me avisó de que hubiera esa posibilidad. Fue así, de repente, sin tiempo para asimilarlo, sin casi darme cuenta, sin ser consciente... Se acabó sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo. Se apagó la chispa. Esa chispa que un día hubiera podido hacer arder todo un mundo. Esa chispa que alumbraba la plena oscuridad del mundo. Esa chispa capaz de hacernos vibrar, temblar, fundirnos en uno...
Desapareció. Sin previo aviso. Se esfumó. Y nunca imaginé que algo así pudiera pasar, que el más grande de los fuegos pudiera consumirse. Pero nos consumimos como dos putas velas, hasta llegar si quiera a poder darnos calor... Y qué frío era todo... Y es que esa puta chispa desobediente que llaman amor, aparece entre dos personas a la misma velocidad a la que se va... Y es tan sigilosa, que cuando nos queremos dar cuenta, nos vemos haciendo el boca a boca a sentimientos que hace tiempo que se han quedado atrás.
Y vi que era demasiado tarde, esa chispa que tanto tiempo encendió mi felicidad, ya no estaba. Todo se había quedado a oscuras. Y como me hubiera gustado haberla mimado, con mucho cariño, y haber tirado un montón de besos cada día al fuego para que no hubiera dejado de arder jamás. Pero al no cuidarla se fue, y era inevitable que tu también lo hicieras. Y así fue. Sucedió todo tan rápido que casi no me di cuenta. Pero ahora lo noto, lo siento. Me siento como esa vela consumida, que por las noches a oscuras, se muere de frío, por más que intente encontrar tu calor en otros brazos...

La chica de los gatos.

viernes, 1 de febrero de 2013

Veintiocho.


Y es que puedo decir que a mis casi 18 años ya he conocido muchos tipos de amor...
El primer amor, ese chico un curso más mayor que tanto te gustaba de pequeña y observabas de lejos en el recreo hasta que un día te armaste de valor y decidiste por fin comenzar a hablarle. El mismo que te robó tu primer beso, y por ello, también, un trocito de tu corazón... También aquel amor imposible que aunque nunca llegó a comenzar, te marcó y te marcará toda tu vida, sin poder dejar de preguntarte nunca que hubiera pasado.
Todos esos amores baratos de un rato, que duran tanto como un beso. El amor platónico, el de toda la vida. Y también ese amor incondicional, el de tu madre entrando por la noche a la habitación para abrazarte, intentando calmar tu angustia, pretendiendo que dejes de llorar o simplemente llorando contigo. El mismo amor que llega en el abrazo de esa gran amiga, cuando estabas totalmente destrozada...
Destrozada por otro amor, un amor grande, sincero, más maduro. Ese amor en el que creías, y pensabas con todas tus fuerzas que sería el verdadero, el definitivo. El que hizo que todos tus amores anteriores fueran simples caprichos, y los apartó a un segundo plano. Un amor tan intenso y bonito como frágil y doloroso. Sí, os hablo de ese tipo de amor, el que es capaz de subirte al cielo, pero que luego te suelta de golpe desde lo más alto... El mismo amor por el que se nos quitan las ganas de volver a amar.

La chica de los gatos.